Casi tres años antes de que Ricardo Lagos asumiera la Presidencia de la República, Eliodoro Matte publicó un 3 de agosto de 1997, en El Mercurio, la columna: “No es el país que queremos”. El entonces presidente del Centro de Estudios Públicos (CEP) y gerente general de CMPC era poco dado a las entrevistas y a las salidas en público, salvo cuando sentía que ciertos acontecimientos desafiaban sus principios morales o económicos. Y en este caso en particular, se refería a denuncias de falta de probidad por parte de funcionarios públicos.
La inquietud por la corrupción en el Estado fue también motivo de conversación entre el ministro de Obras Públicas en ejercicio y el líder del grupo económico más fuerte de Chile en casa de Máximo Pacheco ese mismo año. Lagos y Matte concordaron que el financiamiento irregular de la política era nuestra zona más vulnerable.
Tras esa reunión, el CEP se abocó a estudiar la modernización del Estado, en dos áreas específicas: el financiamiento de la política y la profesionalización de la administración pública. “Se levantaron fondos para estos dos proyectos, que no salieron del presupuesto general del CEP”, explica el ex presidente del CEP entre 2015 y 2018, Enrique Barros.
Matte, el naviero Wolf Von Appen y el entonces director ejecutivo del think tank, Arturo Fontaine, buscaron los recursos. “Sé que algunos no quisieron donar, como el grupo Penta. También había miembros del consejo que tenían dudas sobre la conveniencia de meterse en este tema”, recuerda el economista Salvador Valdés, quien fue contratado a tiempo parcial para coordinar esta iniciativa.
La Fundación Tinker aportó US$ 156 mil en 1998, cifra que sería el 40% del costo total, calcula Valdés. Veintiséis personas trabajaron en el tema y sacaron dos publicaciones en 2000 y 2001.
Existían las reuniones cumbres entre Lagos y los empresarios asociados al centro de estudios y había otras bastante más privadas que escapaban de la mirada pública
Lagos, por su parte, mencionó con frecuencia durante su campaña electoral la necesidad de transparentar el financiamiento de la política. Más aún, lo incluyó en su programa de gobierno (no así la profesionalización de la burocracia estatal). Y ya en el gobierno, y para sorpresa de muchos, ingresó el 9 de mayo de 2000 un proyecto de ley sobre financiamiento y control de gasto de las campañas electorales que propiciaba el financiamiento público y las donaciones de personas naturales, dejando fuera el aporte empresarial. No esperó a Eliodoro Matte, quien a los pocos días acudió a La Moneda, acompañado de Fontaine y Valdés, para entregarle su propuesta al Presidente, donde planteaban que las empresas donaran reservada y reguladamente. “No le gustó a Lagos”, comenta Salvador Valdés.
La iniciativa legal dormiría en el Congreso casi dos años, mientras que el CEP insistiría en diversas instancias en el tema. Sólo cuando estalló el caso MOP-Gate, un caso de corrupción política cuyas ramificaciones se acercaron al entorno de Lagos, el tema se aceleró. El trabajo de cinco años promovido por un sector empresarial canalizado a través del CEP fue la base para una política pública en medio de una crisis mayor. Dos proyectos se hicieron ley inspirados por las conclusiones de este centro de estudios: el de financiamiento de la política y el que normó la contratación en la alta dirección pública. La relación de colaboración de Lagos y de su equipo más cercano con este think tank, estimuló un diálogo que no se volvió a dar en los gobiernos posteriores, cualquiera haya sido su signo.
Acercarse al CEP: Opción estratégica
Días antes de que Ricardo Lagos jurara como Presidente de la República, su equipo de asesores más cercano se preguntó. “¿Qué es lo principal que queremos del gobierno de Lagos? Que salga de La Moneda en seis años más y caminando”, fue lo que se pusieron como meta estratégica mínima. Así recuerda catorce años después el hombre que dirigió uno de los equipos del llamado Segundo Piso, Ernesto Ottone.
De manera más simple, la señora Ema —la madre del Presidente— también se lo dijo: “Y ahora cómo vas a salir de ésta…”. El hijo que ya vestía la banda tricolor, le sonrió.
Si bien ganó por un margen estrecho en segunda vuelta al candidato de la derecha, Joaquín Lavín, tenía la seguridad de conocer Chile y al Estado, al haber sido líder de la izquierda renovada en los 80, ministro de Educación en el gobierno de Patricio Aylwin y ministro de Obras Públicas en el período de Eduardo Frei. Apostaba a que en 2000 comenzaría a mejorar la economía y en 2001 ya podría despegar. Su norte era que Chile alcanzara el umbral del desarrollo para el Bicentenario y él sería el responsable de seis de los diez años que quedaban para esa conmemoración.
En su estilo, Lagos fijó el rumbo ese mismo 11 de marzo de 2000: “No he llegado a la Presidencia de Chile para administrar la nostalgia, sino para mirar al futuro aprendiendo del pasado”. Frase que repitió en su discurso del 21 de mayo. Todos tomaron nota. También los empresarios.
Los encuentros eran con socios del CEP, enfatizaban sus miembros. Claro que eran personajes clave en el mapa del poder empresarial: Ernesto Ayala micrfono en mano y atrás de él, con corbata listada, lo observa Eugenio Heiremans, dos de los "tres mosqueteros" de Sofofa (Crédito: CEP).
Ya a esa altura Lagos y su equipo habían tomado la decisión de tender puentes hacia el CEP, cuyos integrantes eran bastante menos rudos que la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC) y la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), organizaciones que veían capturadas por intereses corporativistas. “Fue una opción estratégica”, explica Enrique Paris, ex jefe de gabinete del Presidente.
Y así también lo interpretaba Matte, quien en una entrevista a La Segunda en 2005, dijo: “El (Ricardo Lagos) se dio cuenta que el CEP realmente era una entidad que podía colaborar con los cuadros técnicos del gobierno, para despejar (las aprensiones por el hecho de ser socialista)”.
El encuentro del CEP que marcó la diferencia
“Ricardo Lagos fue muy deferente con el Centro de Estudios Públicos (CEP) desde un comienzo”, afirma Enrique Barros. Este abogado que presidió el CEP entre 2015 y 2018, cuando Eliodoro Matte renunció a la presidencia al verse envuelta CMPC en el escándalo de la colusión del papel, se declara un seguidor de la vida política de Lagos, ya que fue alumno de éste en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y votó por él para Presidente.
Y la deferencia se tradujo en hechos concretos desde un inicio. Una semana antes de asumir el gobierno, Ricardo Lagos se reunió con los empresarios asociados al CEP por seis horas. La señal fue evidente. El ex presidente Patricio Aylwin se había atenido a enviar a su equipo económico cuando le invitaron y Eduardo Frei fue a un desayuno antes de ponerse la banda y no mucho más.
Al encuentro de marzo de 2000 le siguieron uno en mayo de 2001, otro en agosto de 2002 y un último, en junio de 2003. Ni la Enade ni la cena anual de la Sofofa lograron concitar a esta cantidad de rock stars de la élite como el CEP.
Si bien los empresarios del CEP votaron en su mayoría por la derecha, había más diversidad entre los investigadores de este centro de estudios. Muchos académicos “considerábamos que se necesitaba un liberalismo social en Chile (…) Pensábamos que Joaquín Lavín iba a ir de aquí para allá, en cambio Lagos produciría una transformación cultural, económica y política”, explica uno de sus integrantes. Otros, investigadores del CEP como Harald Beyer y Rodrigo Vergara habían aportado al programa de gobierno de Lavín. La opinión pública, en todo caso, veía al CEP como la voz de la derecha liberal, etiqueta que a su director, Arturo Fontaine, incomodaba profundamente: “No uso esa categoría ni la usamos entre nosotros”, contestó a El Mercurio en 1999.
La empatía entre el equipo de gobierno y el del CEP se fue construyendo a lo largo de los años a través de diversas instancias de diálogo.
Los almuerzos mensuales entre liberales
Existían las reuniones cumbres entre Lagos y los empresarios asociados al centro de estudios y había otras bastante más privadas que escapaban de la mirada pública.
Estaban las llamadas reuniones sectoriales que se realizaron en octubre de 2000 y enero de 2002, donde los investigadores del CEP expusieron lo que estaban analizando ante el Presidente, los ministros pertinentes y sus equipos en la sede del think tank, en Monseñor Sótero Sanz. Al actual subdirector de este centro, Lucas Sierra, le tocó exponer en 2002. “Presenté ante el presidente Lagos y me sorprendió que tenía a Chile metido en la cabeza (…) Todo eso me produjo una seducción intelectual muy fuerte”.
A estos encuentros, se sumaron reuniones mensuales entre la Unidad de Análisis Estratégico del Segundo Piso de La Moneda —cuya tarea era “seguir las grandes ideas fuerza, las metas estratégicas del gobierno, así como pensar en los momentos de alto nivel simbólico”, explica Ottone—, y los académicos del CEP.
El acercamiento se hizo visible con tres nombramientos. Vittorio Corbo como presidente del Banco Central, dejando en el camino al economista de Cieplan, Ricardo Ffrench-Davis; a David Gallagher en el directorio de Banco Estado. Por su parte, el CEP incorporó a su consejo consultivo a Marco Colodro (2002), considerado, junto a Fernando Bustamante y Máximo Pacheco, uno de los puentes informales entre Lagos y los empresarios
Esas conversaciones eran dirigidas por Ottone y Fontaine y se producían tanto en la Moneda como en el CEP. En ellas no participaba Lagos. Por el think tank iban los académicos del comité ejecutivo, Enrique Barros, David Gallagher y Oscar Godoy, a los que se sumaban los investigadores Harald Beyer, Lucas Sierra o Salvador Valdés, y, por el otro lado, estaban Javier Martínez, Carlos Vergara y Guillermo Campero, e invitaban a Agustín Squella que se desempeñaba como asesor cultural de la Presidencia.
Las reuniones eran con agenda abierta, coinciden todos. Ottone explica que “ellos tenían una posición liberal de derecha y nosotros teníamos una posición liberal de izquierda”. En “El jinete en la Lluvia. La Cultura en el Gobierno de Lagos”, Squella describe esos almuerzos como “agradabilísimos” y que predominaba más el tono intelectual que político. Se repasaban las encuestas y se analizaba la marcha del país, explica.
“Claramente no éramos asesores del gobierno. No nos necesitaban y no era nuestra tarea. Lo que había era fiato intelectual”, recuerda Sierra.
El acercamiento se hizo visible con tres nombramientos. Lagos designó a Vittorio Corbo como presidente del Banco Central, dejando en el camino al economista de Cieplan, Ricardo Ffrench-Davis; a David Gallagher en el directorio de Banco Estado, que se debió a “la confianza recíproca que existe entre ambos y no con la condición de Gallagher como consejero del CEP”, argumentó tiempo después Squella. Por su parte, el CEP incorporó a su consejo consultivo a Marco Colodro (2002) —considerado, junto a Fernando Bustamante y Máximo Pacheco, uno de los puentes informales entre Lagos y los empresarios—, cuando éste era presidente de TVN y vicepresidente del Banco Estado. Habría sido propuesto por Bruno Philippi —en ese entonces presidente de Chilgener— y aceptado por unanimidad por los 20 miembros del consejo, según recogió revista Qué Pasa.
La cercanía del CEP con la Moneda fue mirada con suspicacia al interior de la Concertación. Carlos Huneeus, desde el CERC, levantó el tema en su libro «Democracia Semisoberana»: postula que el CEP fue muy influyente en la conversión de personalidades concertacionistas hacia posturas dominantes de los empresarios y políticos de derecha.
Carlos Ominami fue igual de crítico en «Secretos de la Concertación. Recuerdos para el Futuro»: “No era necesario ir con buena parte del gabinete a pasar periódicamente examen frente a la cúpula empresarial en el Centro de Estudios Públicos”.
Lagos claramente veía la relación con el CEP de otra manera. “Aquí ha habido debate apasionado, serio y amigable, nuevas ideas y nuevas energías para trabajar por el Chile de hoy y de mañana”, dejó por escrito en un mensaje que envió con motivo de la inauguración de la nueva sede del Centro de Estudios Públicos en 2005.
El día en que Longueira ayudó al CEP
El caso coimas estalló en octubre de 2002. Esa investigación abrió una segunda pesquisa que se llamó MOP-Gate, a cargo de la jueza Gloria Chevesich, que se centró en un sistema creado al interior del Ministerio de Obras Públicas destinado a desviar fondos para suplementar los sueldos y salarios de algunos funcionarios y asesores de confianza de ese ministerio. Las dudas eran también si hubo desvíos de dinero para financiar campañas políticas. Se temía que la jueza llamara a Lagos a declarar por el período en que él se desempeñó como ministro de Obras Públicas y se llegó a especular con que no terminaba su período.
El 31 de enero de 2003 se selló el acuerdo político para una agenda de modernización del Estado, cuyos elementos esenciales provenía del CEP. En la foto, la PPD Adriana Muñoz, el DC Andrés Zaldívar y el RN Sebastián Piñera (Crédito: Fundación Democracia y Desarrollo/Archivo Ricardo Lagos E).
Arturo Fontaine y Salvador Valdés, aprovechándose de la batahola, decidieron presentar por segunda vez el libro sobre modernización del Estado. “Invitamos como comentaristas al ministro del Interior, José Miguel Insulza, y al presidente de la UDI, Pablo Longueira”, dice Valdés. Corría noviembre de 2002 y en el CEP no podían creer lo que estaban oyendo: “Me duele comentar un libro de una política pública que jamás se hará en Chile”, dijo Longueira, convencido de que esa reforma era necesaria, pero improbable.
Y no supieron más de él hasta enero del año siguiente. ¿La razón? Se fue de vacaciones con su familia a Estados Unidos, a inicios de diciembre. A su vuelta, después de Año Nuevo, le preocupó lo que vio: “El gobierno, por primera vez, había perdido el control sobre lo que ocurría con las causas en los Tribunales y cada día que pasaba se insinuaba una crisis mayor”, escribió en su libro “Mi Testimonio de Fe”. En un taller que hizo en agosto de este año, organizado por El Libero, confidenció que sus amigos de la Concertación decían que Lagos estaba insoportable, que no se podía hablar con él. “Y tomé la decisión de resolver esto porque no me dediqué a la política para tumbar gobiernos”.
No hay coincidencia sobre a quién se le ocurrió iniciar las negociaciones para salir de la crisis política. Longueira comenta con ironía que Lagos está reescribiendo la historia cuando en sus memorias señala que al buscar a un interlocutor en la oposición para encarar la modernización del Estado “en la primera figura en quien pensé fue en Longueira”.
El 15 de enero de 2003, Longueira se reunió con el presidente Lagos en La Moneda. Ante la sorpresa de todos, ambos acordaron establecer una mayor transparencia en el financiamiento de la política y una agenda modernizadora.
Longueira explicaría mucho tiempo después que andar levantando fondos para las campañas o la estructura partidaria como se hacía hasta 2003 le parecía insoportable, sobre todo tratándose de partidos democráticos. Lagos agrega un pelo a la sopa en sus memorias: indica que la UDI propuso que ninguna de las campañas electorales anteriores a la ley que se debatía fuera revisada por los Tribunales de Justicia. “Esto ocurrió cuando supieron que la jueza Chevesich estaba investigando el financiamiento de mi campaña presidencial”.
La modernización del Estado, en tanto, fue un punto aparentemente puesto por Longueira. “Aprovechamos el trabajo realizado durante varios años por el Centro de Estudios Públicos (…)”, recordaría en su libro Longueira.
RN, dirigida por Sebastián Piñera, también se subiría a las negociaciones, pese a que ambos líderes opositores apenas se toleraban. “José Miguel Insulza como ministro del Interior tenía que mantener todos estos platillos en el aire”, recuerda una fuente.
El viernes 31 de enero de 2003, todos los partidos políticos con representación en el Congreso se comprometieron a aprobar 50 proyectos de ley en 2003. El diálogo que se produjo sirvió para impulsar también las reformas constitucionales que se concretarían en 2005.
Matte me expuso que, si yo era candidato, sus empresas no aportarían fondos para mi campaña. Le agradecí su franqueza y le dije que sería útil realizar un estudio serio y bien fundado sobre las relaciones entre dinero y políticaRicardo LagosMemorias
Cinco meses después, en junio de 2003, se publicaba la ley 19.980 sobre nuevo trato laboral y alta dirección pública en el Diario Oficial. En tanto que la ley 19.984 que ponía límites al gasto electoral y regulaba el financiamiento de la política, se oficializó el 5 de agosto de ese mismo año.
La fiesta de todos en el CEP
“¿A quién le convenía un sistema así?”, preguntó Eliodoro Matte el 12 de junio de 2003 ante un centenar de empresarios, académicos y ministros en el CEP. “A empresarios inescrupulosos, dispuestos a utilizar su poder financiero para conseguir leyes o regulaciones hechas a su medida”, contestaría Matte frente a una audiencia que había sido invitada a celebrar la aprobación de estas dos leyes inspiradas en las investigaciones del think tank criollo.
Después habló Lagos: “La conversación surgió tal como él ha dicho (Matte había revelado momentos antes que la idea cobró fuerza en casa de Pacheco), y con un elemento previo que tenía que ver con mis felicitaciones por la exitosa colocación que en ese momento había tenido la Papelera en el mercado internacional”. Y aprovechó la ocasión para felicitarlo nuevamente por su última colocación “ahora con niveles de riesgo mejores que los que había en ese momento, lo cual indica que algo hemos avanzado entre el 97 y 2003”, según figura en el archivo de la Fundación Desarrollo y Democracia que el ex mandatario lidera.
En el volumen II de sus memorias, Lagos se atribuye el haber propuesto la idea al empresario y agrega que se reunieron en la casa “de un amigo común”: “Ahí Matte me expuso que, si yo era candidato, sus empresas no aportarían fondos para mi campaña. Le agradecí su franqueza y le dije que sería útil realizar un estudio serio y bien fundado sobre las relaciones entre dinero y política”.
Cuatro encuentrosRicardo Lagos se reunió en cuatro ocasiones con los empresarios asociados al Centro de Estudios Públicos (CEP). El primero se realizó en marzo de 2000 a días de asumir el gobierno y duró seis horas. Luego siguieron uno en mayo de 2001, otro en agosto de 2002 y un último, en junio de 2003. Todos a puertas cerradas.
A la primera reunión le acompañaron: Alvaro García, secretario general de la Presidencia, Nicolás Eyzaguirre, de Hacienda y José de Gregorio, de Economía, Energía y Minería.
En su calidad de presidente del CEP, Eliodoro Matte precisó que se trataba de una reunión de los socios del CEP, no de las cúpulas empresariales o sus representantes. Algo difícil de creer si los principales expositores que hablaban a título personal fueron Wolf Von Appen, presidente de Ultramar, que apuntó a las excesivas regulaciones del sector portuario. O el banquero Andrónico Luksic, que abordó la necesidad de ampliar los negocios de la banca a seguros de vida y pensiones y a la internacionalización del sector. O León Vial, presidente de la Corredora de Bolsa Larraín Vial, que puso el acento en la urgencia de levantar restricciones a los flujos de capitales. También intervinieron William Hayes, presidente de Placer Dome Latin America, Bruno Philippi, presidente de Chilgener, y Alejandro Pérez, gerente general de Celulosa Arauco.
Luego vino el turno de los ministros. Eyzaguirre enfatizó el compromiso de un superávit fiscal del 1% en relación al PIB. Aseguró de paso que los impuestos se mantendrían, pero que combatirían la evasión y elusión. En tanto que De Gregorio descartó la idea de implementar una política industrial -preocupación levantada por el propio Matte-, aunque se salió del tono cuando dijo que le extrañaba que nadie aludiera a lo negativo que fue para la imagen de Chile todo el despliegue con que había sido recibido el ex comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, a su regreso de Londres.
Lagos cerró el encuentro con un análisis de 30 minutos, donde reafirmó que se preocuparía del crecimiento, del empleo y que crearía el seguro de cesantía y un plan de salud. Los empresarios aplaudieron.
Un año después, en mayo de 2001, quien se salió de libreto fue Sergio de Castro, ministro de Economía y luego de Hacienda de la dictadura militar entre 1975 y 1982 y redactor de El Ladrillo de los Chicago Boys. De Castro felicitó a Nicolás Eyzaguirre por la política macroeconómica que encabezaba, destacando sobre todo la importancia del superávit fiscal del 1% y las políticas liberalizadoras del mercado de capitales.
El Centro de Estudios Públicos ya había tenido cierto impacto relativo en lo que es legislación medio ambiental y reforma judicial en los 90, pero esta vez era diferente. Matte apostaba a que una vez implementadas ambas leyes cambiaría la forma en que hasta ese momento se financiaba la política dado que se regularizaban las donaciones de privados y la gestión del Estado se independizaría de la coalición gobernante. Llegaría un día en que el Presidente de la República tendría que designar 132 jefes de servicios y 85 jefes de división ministeriales propuestos por una comisión autonóma y otros 2.300 cargos quedarían fuera de la órbita de los partidos políticos.
Lagos también sopesaba el potencial del cambio, pero saboreaba además la victoria de haber transformado la crisis de los sobresueldos que se generó por el escándalo del MOP-Gate, en una oportunidad.
Claro, la agenda no se aprobó al 100%. Y en este década se pudo apreciar que la norma de financiamiento de la política tenía intersticios que luego gatillarían una nueva seguidilla de escándalos por los aportes de Penta, SQM y una larga lista de empresas cuyas investigaciones en la mayor parte de los casos no prosperaron porque el Servicio de Impuestos Internos no le dio el pase al Ministerio Público.
Al cabo de los seis años de gobierno, Lagos consiguió salir caminando de la Moneda y lo hizo con un respaldo popular de 65,4% en noviembre de 2005, según las encuestas palaciegas. El cobre había comenzado a subir y el desempleo en el Gran Santiago aflojó a partir de ese año. La Concertación tenía una candidata de recambio ganadora, Michelle Bachelet. En su última Enade —en 2005—, los empresarios también lo aplaudieron. “Y estaban los grandes empresarios de Chile, no sus delegados, sino que ellos. De pie. Lagos, con su sentido del humor, se acercó y me dijo: ‘Parece que realmente me aman’”, contó Hernán Somerville en 2015 a El Mercurio, aludiendo a su famosa frase en calidad de presidente de la CPC: “Mis empresarios todos aman a Lagos”.
Una frase que le enrostrarían al propio ex Mandatario sectores socialistas cuando intentaría una nueva candidatura presidencial en 2017. Ottone se sigue incomodando con esa frase: “Declaraciones barrocas que hicieron mucho mal y no correspondían a la realidad”. Somerville es mencionado por Lagos en el volumen II de sus memorias en dos oportunidades y ninguna guarda relación con su famosa frase.
Lagos en sus memorias se mantiene alejado de los empresarios. En el último libro publicado aclara: “Nosotros nunca fuimos “amigos de los empresarios”. Lo que hubo fue un sector del empresariado, encabezado por Juan Claro y Bruno Philippi, que se caracterizaba por ser más liberal (...) y que entendía que debía convivir con el Ejecutivo”. Al ex mandatario le gusta aparecer de igual a igual con otros gobernantes como George Bush, Tony Blair, Bill Clinton, Felipe González o Fernando Henrique Cardoso. Sólo menciona una vez a Matte en sus 800 páginas, al igual que a Fontaine, Sierra, Beyer y Gallagher. Igual suerte corren Anacleto Angelini, Andrónico Luksic Abaroa y Hernán Briones. En tanto que a Juan Claro lo nombra en 8 ocasiones, porque “Lagos prioriza las relaciones institucionales”, explica una fuente.
Otra cosa es verlo en terreno. En una calurosa mañana de enero de 2020 en el anfiteatro del Centro de Estudios Públicos, tres conocidos ocupan la testera. Lucas Sierra presenta a Ricardo Lagos como “amigo de la casa” y a Enrique Barros como “de la casa”. Entre el público se hallan Eliodoro Matte, Juan Obach, Jorge Errázuriz, Sol Serrano y Fernando Bustamante, entre otros.
En el aire se respira respeto y afinidad intelectual. Es una discusión académica y todos se sienten a gusto. El ex presidente está a sus anchas y le dedica mucho tiempo, no sólo por la necesidad de profundizar el diálogo en torno a una nueva constitución, sino por el placer de discutir sobre las “grandes cosas”.