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Santiago de Chile.   Mié 24-04-2024
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Vía Láctea desde La Silla (ESO/P. Horálek)
Astronomía: El juego diplomático
No basta con tener uno de los mejores cielos del mundo, sino que también es necesario ser proactivos, lo que de paso ha generado tensiones también con el resto del mundo, como lo muestran los artículos de este capítulo.
Ensayo
Guerra fría en montañas y cielos de Chile A inicios de 1960, norteamericanos, europeos y soviéticos buscaban instalar en Chile masivos observatorios astronómicos. Hubo movimientos diplomáticos, tecnológicos y políticos a gran escala.

Guerra fría en las montañas y los cielos de Chile

A inicios de 1960, norteamericanos, europeos y soviéticos se encontraban en Chile, con el objetivo de instalar masivos observatorios astronómicos. Una competencia poco visible en aquellos años, pero con movimientos diplomáticos, tecnológicos y políticos a gran escala.

Los científicos soviéticos inicialmente trabajaron desde el Observatorio del Cerro Calán, lo que generaba preocupación de sus pares estadounidenses. La foto es de la construcción de este recinto, con un entorno totalmente distinto al urbanizado que muestra en la actualidad (Credito de la foto: DAS Universidad de Chile).



Bárbara Silva A. Historiadora U. Alberto Hurtado



En junio de 1968, la Embajada de Estados Unidos en Chile envió un extenso documento, de seis páginas al Departamento de Estado En Washington. Este tipo de comunicación era parte del contacto diario del servicio diplomático de Estados Unidos en Chile.

Sin embargo, este documento trataba un tema particular. El “asunto” en el titular del aerograma hablaba por sí solo: “Actividades de astronomía soviética en Chile”.

Solo unos años antes, Chile se había convertido en un lugar de convergencia internacional para la actividad astronómica. A comienzos de la década de 1960, AURA (Association of Universities for Research of Astronomy), una institución que agrupaba a varias universidades de Estados Unidos, había asumido el liderazgo del proyecto de construir un observatorio en el hemisferio austral. Tempranamente, la tarea se centró en encontrar un sitio con condiciones óptimas para la observación astronómica en Chile.

Por su parte, en una golpeada Europa de posguerra, astrónomos de varios países europeos comenzaron a evaluar la posibilidad de asociarse para construir un observatorio en el sur del mundo.

Europeos y norteamericanos no eran los únicos astrónomos extranjeros en Chile. En aquellos años, astrónomos de la Unión Soviética también se encontraban en el país, y buscaban llegar a algún acuerdo de cooperación con la Universidad de Chile


Ya hacia 1954, Alemania Occidental, Francia, Bélgica, Suecia, Holanda y Gran Bretaña firmaron un acuerdo de cooperación, que se considera el primer paso en la creación de ESO (European Southern Observatory), el observatorio europeo austral. Sus acciones se orientaron a evaluar sitios para la construcción de un observatorio en Sudáfrica, específicamente en la región semiárida de Karoo. Al comienzo, el comité de ESO señaló que los planes de los norteamericanos en Chile no tendrían ninguna incidencia en el proyecto europeo.

Pero, en 1962, ESO descartó el plan de Sudáfrica, y cambió de rumbo hacia Chile. Los resultados en las evaluaciones de observación eran asombrosos, a lo que se sumaba que la administración política con Sudáfrica podía ser problemática: Gran Bretaña se había retirado del acuerdo de ESO, y el país africano enfrentaba las tensiones de más de una década de la política del Apartheid.

Europeos y norteamericanos no eran los únicos astrónomos extranjeros en Chile. En aquellos años, astrónomos de la Unión Soviética también se encontraban en el país, y buscaban llegar a algún acuerdo de cooperación con la Universidad de Chile.

Soviéticos en Cerro Calán

En un comienzo, los soviéticos trabajarían en las instalaciones de Cerro Calán –el nuevo lugar del Observatorio Astronómico Nacional, que estaba en construcción-, y luego desarrollaron el plan de construir su propia estación, en Cerro El Roble. Por su parte, los norteamericanos seguían de cerca cada paso astronómico de los soviéticos. Incluso, en 1959, cuando el plan de Estados Unidos recién comenzaba a fraguarse, el departamento de Estado ya comentaba sobre la intención de Mitrofan Zverev, director del Observatorio de Pulkovo en la URSS y, lógicamente, militante del Partido Comunista, de generar observaciones astronómicas desde Sudamérica. Unos años más tarde, varios miembros del directorio de AURA expresaron su preocupación por las actividades soviéticas en Cerro Calán.



El Año Geofísico Internacional (AGI), que ocurrió, precisamente, entre 1957 y 1958, parece haber sido clave en la generación de las redes internacionales que permitieron que el director chileno del Observatorio Astronómico Nacional (AON), Federico Rutllant, se vinculara con distintos grupos de científicos extranjeros (Crédito fotográfico: DAS Universidad de Chile).




Las razones científicas eran evidentes: el potencial de investigación que ofrecían los cielos del sur era indiscutible desde hacía ya varias décadas. Aun cuando había estaciones de observaciones en distintos lugares del hemisferio sur, el anhelo era construir un observatorio nuevo, con la tecnología que esa vertiginosa década de 1960 podría ofrecer.

No es casual que desde finales de los años cincuenta el mundo observara con ansiedad y expectación la llamada carrera espacial. En 1957, científicos, políticos y la ciudadanía de distintas partes del planeta habían quedado perplejos con el lanzamiento soviético del Sputnik, el primer satélite artificial puesto en órbita. La Unión Soviética llevaba la delantera, y Estados Unidos no pudo sino reaccionar con la creación de la NASA.

Si bien la astronomía y la llamada “ciencia aeroespacial” no son equivalentes y tienen objetivos muy distintos, el espíritu de la época hacía pensar más allá de la atmósfera terrestre. Causa y a la vez consecuencia de esa carrera espacial, el universo parecía ser alcanzable con las manos.

El frenesí por la conquista del espacio se intensificó con el correr de la década de 1960, en tanto quien dominara el universo, de algún modo se acercaría a una suerte de “victoria” de esa compleja guerra fría. Y es que se trataba de un nuevo tipo de enfrentamiento en el mundo, una lucha ideológica entre comunismo y capitalismo, en que la idea de futuro era clave. De ahí la relevancia de la ciencia y tecnología.

La astronomía, si bien distaba mucho de vincularse con cohetes y naves espaciales, sí compartía ese espacio extra-atmosférico, la sensación de futuro de la ciencia, la conquista del progreso y, ciertamente, la capacidad de desplazar el horizonte de lo que era posible.


Mientras a mediados de los sesenta los europeos y estadounidenses, con La Silla y Tololo, respectivamente, construían sus observatorios en terrenos chilenos, los soviéticos hacían lo mismo con la construcción (en la foto) de El Roble, a unos 90 kilómetros al norte de Santiago (Crédito fotográfico: Archivos OAN).




Observatorio El Roble

Ese ímpetu científico de fines de los años cincuenta se evidenció en el Año Geofísico Internacional (AGI), que ocurrió, precisamente, entre 1957 y 1958. Este evento contribuyó a estrechar los lazos y agilizar el dinamismo de la comunidad científica internacional. Chile también participó en el AGI y, de hecho, parece haber sido clave en la generación de las redes internacionales que permitieron que el director del OAN, Federico Rutllant, se vinculara con distintos grupos de científicos extranjeros.

A través de esas vinculaciones y de otros lazos personales y profesionales, a inicios de 1960, norteamericanos, europeos y soviéticos se encontraban en Chile, con el objetivo de instalar masivos observatorios astronómicos.

Entre 1962 y 1963, AURA y ESO intentaron un plan conjunto, pero las dificultades de la administración política de cada una de estas asociaciones, a lo que sumaba las eventuales negociaciones con Chile, hicieron que esta idea fuera inviable. En tanto los proyectos de construcción avanzaban, los acuerdos de cooperación de Chile y estos actores extranjeros también progresaban. Los europeos se embarcaron en negociaciones con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.

A su vez, los norteamericanos trabajaban en sus acuerdo con el OAN, y luego sumaron también al servicio diplomático chileno. Por su parte, las negociaciones con los astrónomos de Pulkovo solo llegaron a las autoridades universitarias. Como fuere, un pequeño país, con escasa experiencia en astronomía, de algún modo pudo sortear las dificultades de establecer cooperaciones científicas con tres actores internacionales, al mismo tiempo, y no renunciar a ninguno de ellos.



Los reportes de Estados Unidos sobre la actividad de la astronomía de la URSS en Chile muestran las sospechas con que los norteamericanos observaban toda vinculación con la esfera soviética. En la lógica de la guerra fría, no podían simplemente oponerse a dichas relaciones. Pero había que observarlas de cerca. Ya en 1968 el reporte detallaba que las actividades soviéticas se limitaban a la astrometría (catálogo y posicionamiento de estrellas).



Hacia mediados de los sesenta, estos proyectos ya eran planes concretos. AURA comenzó la construcción de Cerro Tololo, y ESO hizo lo propio con La Silla, ambos en la zona montañosa de La Serena. Hacia el final de la década, ambos observatorios estaban operativos, después de ruidosas inauguraciones, con prácticamente todas las figuras de la política chilena de la época, incluyendo al presidente Eduardo Frei Montalva. En el entretanto, Carnegie Institution de Estados Unidos hacía sus planes para construir su propio observatorio, que se situó en Las Campanas, un poco más al norte de sus compatriotas y de los europeos. Y los soviéticos avanzaban en la construcción de El Roble, unos 90 kilómetros al norte de Santiago, donde instalarían un astrógrafo Maksutov.



Los reportes de Estados Unidos sobre la actividad de la astronomía de la URSS en Chile muestran las sospechas con que los norteamericanos observaban toda vinculación con la esfera soviética. En la lógica de la guerra fría, no podían simplemente oponerse a dichas relaciones. Pero había que observarlas de cerca. Ya en 1968 el reporte detallaba que las actividades soviéticas se limitaban a la astrometría (catálogo y posicionamiento de estrellas). Probablemente con alivio, en 1969 el embajador Edward M. Korry de EEUU rectificó una información previa: el observatorio construido en El Roble no estaba directamente en oposición a la estación de Estados Unidos.

En 1973, el golpe de Estado alteró la realidad de Chile, en todos sus aspectos. Para los astrónomos extranjeros, la actividad científica continuó. Sin embargo, con aquella supuesta estabilidad de Chile en entredicho, no se hicieron planes para nuevas construcciones, al menos hasta la década siguiente. En el caso de los astrónomos soviéticos, abandonaron el país inmediatamente después del golpe, y dejaron atrás todos sus instrumentos, equipos y planes.

La guerra fría marcó al mundo entero en la segunda mitad del siglo XX. Si bien fue un conflicto ideológico y político, esa impronta cruza todas las dimensiones de la vida humana, hacia prácticamente todos los confines del planeta. Las historias de tensiones, reportes, colaboración y disputa entre estos científicos internacionales muestran cómo esa guerra fría llegó incluso hasta las montañas de Chile, y desde allí, hasta las estrellas.

Reportaje
La diplomacia tras los grandes telescopios El 14 de enero se captó el cuásar mas lejano observado por el ser humano. Este agujero negro rodeado de material cósmico se vio desde Alma, en Chile. El siguiente reportaje muestra cómo nuestra diplomacia ha sido clave en permitir estos hitos.

La diplomacia tras los grandes telescopios

No son sólo las condiciones geográficas las que hacen posible la instalación de los grandes telescopios. El país debe ser estable y seguro para operar. Pero además, debe aprender a hacerse relevante, en escenarios muchas veces asimétricos.

España aportaba al consorcio ESO US$300 millones para que el ELT (Telescopio Extremadamente Grande) se construyera en Canarias. Las gestiones diplomáticas de Chile -y una donación de 40 mil hectáreas para instalar el observatorio- permitieron que en 2010 se anunciara la construcción en nuestro país del proyecto en el cerro Armazones, que estaría listo en 2024 (Foto de Armazones de G.Hüdepohl/ESO).



Por Lorena Guzmán H.


Sin duda, Atacama tiene condiciones únicas para la investigación astronómica. Pero ellas no explican por sí solas que este lugar pueda consolidarse, efectivamente, como la capital astronómica del mundo. Junto con las características del lugar, muy importante es la dimensión política que puede potenciar, fomentar o, por el contrario, desincentivar inversiones millonarias como lo son los observatorios astronómicos.

Esta historia comenzó a comienzos de la década de 1960, cuando la Association of Universities for Research in Astronomy (AURA), de Estados Unidos, intentaba concretar sus planes de instalar un observatorio en el hemisferio austral. Federico Rutllant, el entonces director del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), fue una figura clave en avizorar la necesidad de mostrarle a los astrónomos del mundo que el norte del país era el mejor lugar en el hemisferio sur para instalar sus instrumentos.


Quienes recuerdan sus estrategias, cuentan que Rutllant incluso llegó a pedirle al rector de la Universidad de Chile de la época, Juan Gómez Millas, fondos para comprar un automóvil Impala para recibir en la loza del aeropuerto a los estadounidenses. El rector le negó el dinero, pero el ministro de Tierras y Colonización accedió. Después de años de evaluación, en 1962 AURA se decidió por Chile, y así nació el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo (CTIO), lo que marcó el inicio de la llegada de los grandes observatorios astronómicos al suelo nacional. Poco después, ESO (European Southern Observatory) también se inclinó por llevar a cabo sus propios planes de un observatorio austral en la misma zona.


Los millones de dólares que implican la construcción e instalación de cada observatorio, y los años de posterior operación, hacen que el definir dónde se construirán sus cimientos no sea una decisión fácil. Por lo mismo, las negociaciones con el país anfitrión son un aspecto clave: allí se inaugura la dimensión política y diplomática de la ciencia. Los actores internacionales buscan la seguridad de sus inversiones, y quienes reciben estos proyectos también buscan que aquellos impacten positivamente en el país.


Tal como plantea un artículo científico de Guridi, Pertuzé y Pfotenhauer de 2020, los laboratorios naturales tienen ventajas geográficas para desarrollar ciencia y tecnología, pero también implican externalidades institucionales, de conocimiento, tecnológicas, económicas e industriales, y de capital social.



Las negociaciones iniciales del gobierno chileno con europeos sentaron las bases para los acuerdos posteriores con observatorios internacionales. Luego, tanto ESO como AURA pudieron negociar en el marco de exenciones tributarias, concesiones de tierras e incluso estatus diplomático. El objetivo era que las condiciones de observación se volvieran aún más atractivas a través de asegurar la viabilidad de los proyectos científicos que estaban en marcha, pero también su permanencia y proyección.



La regla del 10% de tiempo de observación


Auscultar el universo desde la Tierra tiene una gran desventaja: la atmósfera. Si bien ella es lo que permite que exista vida en el planeta, también hace que al apuntar los telescopios se pierda nitidez. En el norte de Chile, el viento avanza en capas paralelas, llamado flujo laminar, lo que hace que la vista de los instrumentos sea más nítida.


En pocos años más, se espera que Chile hospede más de la mitad de la capacidad de observación astronómica del mundo. Si bien esto se explica en gran parte por la calidad excepcional de los cielos del norte, ese no es el único factor..


En las experiencias previas en inversión astronómica, el tiempo de observación al que accedían los astrónomos, por lo general, se asignaba proporcionalmente a la inversión realizada por cada uno de los países o instituciones involucradas. Si bien las primeras negociaciones el tiempo de observación no fue un tema, en pocos años esta situación cambió.


En 1968, la Universidad de Chile –de la cual dependía el OAN- firmó un acuerdo de cooperación con AURA en el que estableció el 10% del tiempo de observación quedaría reservado para Chile, siempre y cuando se sustentara en proyectos de investigación sólidos. A partir de allí, y en las décadas siguientes, la “regla del 10%” comenzó a instalarse en los acuerdos con los observatorios internacionales.


Federico Rutllant, el entonces director del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), fue una figura clave en avizorar la necesidad de mostrarle a los astrónomos del mundo que el norte del país era el mejor lugar en el hemisferio sur para instalar sus instrumentos (Crédito: OAN).



Durante los sesenta, en apenas una década, el panorama había cambiado. En 1965 se había creado el Departamento de Astronomía en la Universidad de Chile –el único del país hasta ese momento-, y unos años después ya se habían inaugurado dos observatorios internacionales y se proyectaba la construcción de un tercero. Se habían firmado varios acuerdos de cooperación y, sin mayor experiencia previa, se inauguró una ruta inexplorada en diplomacia científica.



De naturaleza a laboratorio


Con excepción de los acuerdos con los observatorios, hasta hace algunos años era impensable que la Cancillería lidiara con temas de ciencia, pero de a poco se hizo evidente que tenía toda la razón para hacerlo.


“La ciencia se desarrolla en base a redes internacionales y para lograrlas es necesario ir a buscar afuera los equipos con quienes hacer esa conexión”, dice Gabriel Rodríguez, quien fue por más de diez años el director de Energía, Ciencia y Tecnología e Innovación del Ministerio de Relaciones Exteriores. Por ello se estableció una línea de acción a través de la cual Chile comenzó a mandar señales hacia el extranjero, mostrando que podía ser interesante en términos científicos. Y la astronomía era, naturalmente, la ciencia más fácil de promover.


Teniendo esto en mente, una vuelta de tuerca originó la nueva estrategia. “Mientras Brasil tiene su tamaño y Argentina su tradición en biotecnología, Chile debía encontrar lo que lo hacía especial”, dice Gabriel Rodríguez. Así se desarrolló la idea de los laboratorios naturales.


En un libro publicado en 2018 “Laboratorios naturales para Chile”, José Miguel Aguilera y Felipe Larraín señalan que “la palabra ‘laboratorio’ evoca un espacio o enclave dedicado a la experimentación científica y ‘natural’ sugiere algo creado por la naturaleza sin intervención humana” (p. 28). En el mismo texto destacan que este concepto comenzó a usarse, precisamente, en el campo de la astronomía.


Tal como plantea un artículo científico de Guridi, Pertuzé y Pfotenhauer de 2020, los laboratorios naturales tienen ventajas geográficas para desarrollar ciencia y tecnología, pero también implican externalidades institucionales, de conocimiento, tecnológicas, económicas e industriales, y de capital social.



Estos son espacios físicos únicos en el planeta, geográficamente únicos, lo que los vuelve científicamente muy interesantes. “Ellos son el atractivo que tiene Chile; una constelación de laboratorios. Y la astronomía equivale, entre ellos, a la joya de la corona”, dice el ex embajador Rodríguez.


Tal como plantea un artículo científico de Guridi, Pertuzé y Pfotenhauer de 2020, los laboratorios naturales tienen ventajas geográficas para desarrollar ciencia y tecnología, pero también implican externalidades institucionales, de conocimiento, tecnológicas, económicas e industriales, y de capital social.


La idea de laboratorios naturales supone esta serie de condiciones únicas que puede atraer la inversión científica internacional. Sin embargo, en la negociación política también es preciso considerar la diversidad de oportunidades y beneficios que puede implicar para el país. En este sentido, en el concepto de laboratorio natural se reconoce en esas condiciones geográficas dadas, pero apunta directamente a potenciar la dimensión política de la ciencia y, a través de ella, la apertura de nuevas posibilidades de desarrollo con participación directa del país.


Donación de 40 mil hectáreas


Los observatorios pueden ser un reflejo de la estrategia científica de los países, y no es fácil decidir su lugar de instalación. La apuesta es grande por parte de quienes hacen la inversión, pero también por parte de quienes la alojan. Estas iniciativas generan trabajo, atraen nuevos fondos, y posibilitan desarrollar tanto tecnología como capital humano, entre varios otros. Pero ese desarrollo no es necesariamente espontáneo ni evidente.


Es cierto que el hemisferio sur tiene una ventaja sobre el norte; desde esta latitud se puede observar mucho mejor la vía láctea, sobre todo su centro. Si bien es un gran punto a favor, no es el único que determina la decisión. Por eso hay que salir a buscar los proyectos y convencer a sus dueños.


Y exactamente lo que Chile hizo con el ELT (Telescopio Extremadamente Grande) de ESO, cuenta Gabriel Rodríguez. “Inicialmente, era altamente probable que el telescopio terminara construyéndose en las Islas Canarias, pero no nos quedamos sentados y salimos a buscarlo”, explica. Como Chile no podía ofrecer los 300 millones de euros que España ponía sobre la mesa para quedarse con el proyecto, el país hizo una contraoferta con la donación de un terreno de 40 mil hectáreas para instalar el observatorio. Eso, además de sus cielos insuperables. Finalmente, la oferta dio resultado y el ELT se está construyendo en el cerro Armazones, a 130 km al sudeste de Antofagasta.


Gabriel Rodríguez fue por más de 10 años el director de Energía, Ciencia y Tecnología e Innovación del Minrel, con papeles clave por ejemplo en traer el proyecto ELT a Chile: “La ciencia se desarrolla en base a redes internacionales y para lograrlas es necesario ir a buscar afuera los equipos con quienes hacer esa conexión”, dice.



Otro ejemplo de este trabajo es la participación activa de la Cancillería en las negociaciones del Cherenkov Telescope Array (CTA). Este será un observatorio de rayos gama que tendrá 100 telescopios repartidos entre Chile, cerca de Paranal, a 130 km al sur de Antofagasta, y La Palma, en las Islas Canarias.


Pero estos logros no aseguran necesariamente los futuros éxitos, por lo que el trabajo debe ser constante. Además, estos buenos resultados no siempre se han obtenido. En el 2009, y luego de cinco años de búsqueda y negociaciones, el International Observatory LLC (TIO) decidió que el Thirty Meter Telescope se construiría en Hawaii y no en Chile. Allí han enfrentado una serie de dificultades con las comunidades locales, para quienes los cielos tienen un valor ancestral y sagrado. Aun así, optaron por la isla del norte y no por Atacama.


Puerta de entrada


El ir a buscar proactivamente los grandes instrumentos astronómicos no sólo permite desarrollar la ciencia en el país, y todas las actividades asociadas a la construcción y operación de los observatorios, sino también se vuelve parte de la identidad de Chile.


Hoy las imágenes de los observatorios están en la publicidad que presenta al país en el extranjero, pero no es el único beneficio. “Además de ser parte de la imagen de Chile, la astronomía nos da tres grandes ventajas: prestigio científico, desarrollo tecnológico y atracción para el turismo”, detalla Gabriel Rodríguez.


La primera foto de un agujero negro tomada en 2019 por un equipo internacional, y en el cual hubo participación desde suelo chileno, o el desarrollo del big data por la actividad de los observatorios son parte de los beneficios científicos. Aquí destaca, por ejemplo, el Data Observatory (DO) que disponibiliza los datos de los centros astronómicos ubicados en Chile, entre ellos ALMA, ubicado en el llano de Chajnantor, a 50 km de San Pedro de Atacama.


Con hidrógeno verde o astronomía, el desarrollo científico del país no solo depende de las condiciones naturales o de las capacidades humanas; también necesita un compromiso político asertivo, así como la disponibilidad a invertir en ciencias

De hecho, el Data Observatory es un proyecto de ingeniería que surgió a partir de este potencial astronómico de Chile, relata Demián Arancibia, asesor del Ministerio de Ciencias, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Este tema era un desafío cuando lo estudiaron en 2017, pues suponía trabajar con magnitudes de capacidad de datos que aún no estaban instaladas. Al considerar los datos que arrojarían los grandes proyectos astronómicos en construcción, en Chile, pero también en otras partes del mundo, “era imposible que el modelo de la astronomía escalara a ese nivel. Ese modelo era básicamente que cada telescopio tiene su propio data center. Había que hacer algo”, recuerda Arancibia. Allí Chile tenía una oportunidad porque tenía una concentración muy alta de esta infraestructura astronómica: Nació la idea del Data Observatory, una infraestructura científica de grandes costos de operación.


La figura allí fue la articulación de esfuerzos privados y públicos. El Estado decidió ofrecer públicamente participación a inversionistas, lo que permitió que Amazon Web Services y la Universidad Adolfo Ibáñez se involucraran en el proyecto. Si bien el grueso de la inversión es privada, el Estado también participa a través de los ministerios de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, y de Economía. Según Arancibia, esa participación del Estado en la gobernanza institucional implicará en cierta incidencia en los futuros acuerdos y negociaciones con los observatorios internacionales en el tema de datos.


Por otra parte, y si bien este proyecto ha operado más lento de lo esperado, ofrece un potencial enorme para otros campos de ciencia y tecnología. De hecho, el ex embajador Rodríguez sostiene que “la astronomía es una puerta de entrada para las otras ciencias”; iniciativas como el DO no solo ayudan a mejorar el estudio del universo, sino también a generar capacidades que pueden ser utilizadas en muchos ámbitos, agrega. Arancibia coincide en ello, en tanto el DO enfrenta los desafíos de la astronomía en torno al manejo de datos, pero ese desarrollo de infraestructura, tecnología y talentos son los mismos que se necesitan en el comercio, en el retail, en políticas públicas, en finanzas, en salud, entre otros. De hecho, el DO ha sido clave en el manejo de datos durante la pandemia del COVID-19.


Pero, como todas las cosas, el impulso que le ha dado la diplomacia a la astronomía y a las ciencias en general aún es un trabajo en progreso. “Si Chile no protege sus laboratorios naturales vamos a perder ventajas comparativas”, advierte el ex embajador. El país aún no tiene una política asertiva de conservación de estos espacios.


Un claro ejemplo de ello es la contaminación lumínica que afecta cada vez más las operaciones de los observatorios (ver capítulo 3 de esta serie). La contaminación lumínica disminuye la efectividad de los telescopios, y esto se traduce en la elevación del costo monetario de observar desde Chile. Lo mismo pasa con la contaminación del océano, la destrucción de la flora y fauna, o la falta de resguardo del desierto, entre otros. La eventual pérdida de interés extranjero que puede tener esta falta de protección lleva aparejada también la disminución en las investigaciones y, por ende, en la formación de capital humano.


Barreras de entrada


Otro problema que tiene el país es su política respecto a los científicos que vienen a trabajar. Como no tienen una visa especial deben seguir los procedimientos generales de inmigración. “Esto desincentiva su llegada”, advierte Gabriel Rodríguez. Singapur, por ejemplo, abrió sus fronteras a los científicos y les da muchas facilidades, lo que contribuye a aumentar la masa crítica de investigadores, entre otros, agrega.


Otra posible barrera a la llegada de inversiones foráneas en ciencia son las facilidades y beneficios que se ofrecen. El embajador Rodríguez cuenta que cuando se le ofreció a ESO el terreno para construir el ELT hubo voces que se elevaron en contra. “Nosotros no podemos competir con fondos de esas dimensiones o con determinadas ventajas de otros países, pero sí podemos aprovechar lo que tenemos”, opina. Aun así, para que Chile cambiara de posición en torno a su rol en la investigación astronómica, sería necesario revisar cuál es el nivel de inversión que el país dedica al desarrollo científico.


“La astronomía es uno de los regalos del universo, un recurso natural que nos ha permitido pensar en los laboratorios naturales como un punto clave para el desarrollo de la ciencia en el país”, dice el embajador Rodríguez. Y esto sigue avanzando. En este campo, los proyectos son de gran envergadura, se trata de infraestructura mayor en los que “necesitas tener recursos económicos, capacidad tecnológica, y también tienes que tener capacidad política”, recalca Arancibia.


La astronomía ha tenido relevancia en esta dimensión política y diplomática de la ciencia. Y a partir de allí, esa experiencia ha incidido en otros campos. Un ejemplo de lo anterior es el plan para producir hidrógeno verde que el Gobierno hizo público en octubre de 2020. Se estima que este será el combustible que reemplazará a los hidrocarburos, ya que no genera gases de efecto invernadero. Pero, además, si se produce utilizando energías renovables es doblemente seguro para el medio ambiente, de ahí el nombre de “verde”. Junto con presentar el plan con el que Chile se convertiría en uno de los principales productores, el Gobierno también mostró el intenso trabajo diplomático que lo apoyará.


La diplomacia del hidrógeno verde busca “convertir a Chile en un centro mundial de investigación, desarrollo, producción y exportación de hidrógeno verde, a través de un proceso de colaboración y apertura a la inversión extranjera”, aseguró el canciller Andrés Allamand a mediados de octubre pasado.


De este modo, con hidrógeno verde o astronomía, el desarrollo científico del país no solo depende de las condiciones naturales o de las capacidades humanas; también necesita un compromiso político asertivo, así como la disponibilidad a invertir en ciencias.
Ensayo
El suicidio de un astrónomo alemán en Santiago Las instituciones dedicadas a la astronomía no están exentas de las pequeñas y grandes intrigas de la vida terrenal. El caso de Friederich Ristenpart, el primer astrónomo profesional que llegó a Chile lo ilustran.

El suicidio de un astrónomo alemán en Santiago

Las instituciones dedicadas a la astronomía no están exentas de las pequeñas y grandes intrigas de la vida terrenal. El caso de Friederich Ristenpart, el primer astrónomo profesional que llegó a Chile, y su suicidio, en 1912, ilustran dramáticamente esta compleja relación.

La caricatura semanal de Zig-Zag el 14 de septiembre de 1912 publicó la cara enfadada del astrónomo alemán bajo el auspicio comercial del reconstituyente de los nervios Gliceforosfato Robin. En la mañana del 9 de abril de 1913 Ristenpart no pudo con tanta presión y se disparó un tiro

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Por Carlos Sanhueza Cerda


"Gran resonancia ha causado en Santiago la trágica muerte del señor Federico Ristenpart Director del Observatorio Astronómico Nacional. Aún no se sabe en una forma definitiva la causa precisa de su suicidio".


Estas palabras acompañaban el reportaje gráfico de la revista Zig-Zag del 12 de abril de 1913 junto a fotografías de su lecho de muerte, ataúd y corona fúnebre. ¿Qué había pasado? ¿Es que el científico no pudo mantener el equilibrio frágil entre unos ojos en el cosmos y pies en la tierra?


A inicios del siglo XX, Friedrich Ristenpart, uno de los primeros astrónomos de profesión que había pisado el Observatorio Astronómico Nacional de Chile, se hizo cargo de la institución. Este ciudadano del Imperio Alemán no solo poseía conocimientos en astronomía clásica de posición, sino también experiencia práctica de observaciones en Heidelberg y Kiel.


Su contrato fue posible con el apoyo de Pedro Montt bajo un auspicioso programa para revitalizar el Observatorio: se trasladó la institución a un nuevo sitio; se adquirieron instrumentos y se reclutaron a astrónomos y técnicos en Alemania.


De hecho, la misma revista Zig-Zag había publicado dos años antes de la muerte del astrónomo el proyecto del nuevo centro para la observación de los cielos. En principio, todo transcurrió como estaba previsto: los edificios se habían levantado; los nuevos operarios ya tomaban fotografías y el nombre de Chile lograba instalarse en la escena mundial.


Para Ristenpart se concretaba el sueño de construir un “observatorio alemán en suelos del sur”, tal y como se lo había declarado por carta a los fabricantes de telescopios Repsold en Hamburgo.


Dos muertes inoportunas


Sin embargo, la repentina muerte del presidente Montt, su protector político, hizo girar bruscamente lo que parecía el comienzo de una gran carrera y obligó a Ristenpart a poner su vista nuevamente a la tierra.


El sucesor de Montt, Ramón Barros Luco, disminuyó fuertemente los fondos para la astronomía y suprimió el financiamiento del nuevo lugar que se estaba construyendo. Ristenpart enfrentó problemas en el parlamento chileno, motivado por una fuerte oposición a la coalición conservadora que apoyaba a Barros Luco, que incluso lanzó una investigación para revisar las cuentas del observatorio.


Un año más tarde, recién arribado a Chile en 1849, Gilliss se reunía con el Ministro de Relaciones Exteriores José Joaquín Pérez en Santiago quien, según el científico, lo había recibido cordialmente


Si bien el encargado de la investigación, el fiscal de la Tesorería Ismael Gandarillas, solo pudo encontrar algunas irregularidades (como el arriendo del edificio para eventos sociales o de tierras del observatorio para el trabajo de pequeños agricultores y la contratación de mujeres de forma irregular), los gastos autorizados cuadraban.


El eco que todo este revuelo tuvo en la opinión pública, sumado a la personalidad del astrónomo poco dado a la diplomacia, terminó haciendo que el gobierno cancelara su nombramiento antes de concluir su contrato.


La prensa no le ayudó mucho: incluso la caricatura semanal de Zig-Zag el 14 de septiembre de 1912 publicó la cara enfadada del astrónomo alemán bajo el auspicio comercial del reconstituyente de los nervios Gliceforosfato Robin. En la mañana del 9 de abril de 1913 Ristenpart no pudo con tanta presión y se disparó un tiro.



Gillis y José Joaquín Pérez



A mediados del siglo XIX, en 1847, el astrónomo norteamericano James M. Gilliss impulsó una expedición a Chile con el propósito de establecer un punto de observación austral que permitiera comparar mediciones de ambos hemisferios de la tierra.


Desde su inicio, para Gilliss era claro que esta empresa debía ser más que el estudio de los astros. Concitar el interés del público general (develando los misterios del universo en la prensa), pero también del interés gubernamental (haciendo que sus resultados fuesen aplicables a la fabricación de mapas, como al estudio meteorológico y sísmico).


El gasto inicial de 5.000 dólares de la época ameritaba que, tanto congresistas como electores, se enteraran del valor de la travesía al sur del mundo. Los astrónomos enviaban reportes y detalles a periódicos como el National Intelligencer con el objetivo que se difundiera ampliamente esta inédita campaña astronómica. Pero no bastaba con la opinión favorable del país norteamericano: sin el país anfitrión el esfuerzo hubiese sido en vano.


En noviembre de 1848 Gilliss comentaba el contacto con Manuel Carvallo Gómez, entonces encargado de negocios de Chile en Washington. El diplomático chileno, haciendo gala de lo que actualmente conocemos como un “laboratorio natural”, destacaba a Gilliss en qué sentido Chile ha sido representado como poseedor de peculiares ventajas de estas observaciones [astronómicas].


Carvallo no dudaba del interés de los Estados Unidos en la promoción del conocimiento y el buen uso que darían de esa localidad. La carta terminaba confiando en que se darían facilidades al teniente Gilliss para que pueda alcanzar los objetivos deseados.


A mediados del siglo XIX, en 1847, el astrónomo norteamericano James M. Gilliss impulsó una expedición a Chile con el propósito de establecer un punto de observación desde el hemisferio sur.



Un año más tarde, recién arribado a Chile en 1849, Gilliss se reunía con el Ministro de Relaciones Exteriores José Joaquín Pérez en Santiago quien, según el científico, lo había recibido cordialmente (…) ofreciendo poner a disposición cualquier terreno público desocupado. Tres sitios fueron los propuestos por el gobierno a Gilliss, y este último se inclinó por el cerro de Santa Lucía. En 1849 estaba montado el ecuatorial y habían comenzado con las observaciones de marte. El vigilante permanente pagado por el gobierno le daba tranquilidad a la expedición norteamericana para continuar trabajando en la cima del peñón.


En 1852 Gilliss dejó el país y el Estado de Chile adquirió sus equipos y domos instalados en el Santa Lucía. Un ciudadano prusiano, Karl Moesta, se encargó de organizar el Observatorio Astronómico Nacional de Chile, primera institución de su tipo en el país y una de las más tempranas de América del Sur. Moesta tuvo que lidiar con la burocracia, sin embargo, dado este impulso inicial a la astronomía, no se vio sometido a grandes tensiones con quienes financiaban sus investigaciones.


Astrónomo y ministro


Distinto fue el caso de José Ignacio Vergara, quien lo sucedió como director tras la partida de Karl Moesta en 1867. El 3 de febrero de 1886 el diputado conservador Manuel Balbontín solicitaba al ministro de Instrucción Pública (ministerio del cual dependía la institución astronómica chilena) que explicara el estado en el que se encontraba el Observatorio y cuánto se había gastado en instrumentos y refacciones en el último año.


A juicio de Balbontín, el Observatorio estaba en condiciones deplorables, opacando el liderazgo internacional que había tenido en administraciones previas. ¿Qué había pasado acá? ¿Se trataba solo del celo fiscalizador de un parlamentario? El año 1886 fue de elecciones presidenciales en Chile, en un contexto social de constantes sospechas por fraude electoral, bajo el gobierno liderado por el liberal Domingo Santa María. Lo interesante en esta historia era que Vergara, al mismo tiempo que director del Observatorio Astronómico, era desde 1885 ministro del Interior y, como tal, le correspondía hacerse cargo del proceso electoral.


Un caso notable que ilustra la tensión entre política y astronomía fue el de José Ignacio Vergara, quien en 1886 era ministro del Interior y director del Observatorio. Astrónomo y a cargo del proceso electoral al mismo tiempo

Balbontín abrió una investigación contra el Observatorio que, desde un inicio, intentó esclarecer el estado físico de los instrumentos pues existían informes que acreditaban que éstos no funcionaban. El Ministerio de Instrucción Pública argumentó que la situación crítica de la institución científica se debía a una falta sostenida de presupuesto. El propio equipo de astrónomos del Observatorio se fracturó en apoyo y crítica a la labor de su director. El técnico Luis Grosch, que validó la eficacia de los telescopios, se enfrentó al segundo astrónomo: el también alemán Adolf Marcuse.


Ciencia y política incompatibles


Para los diputados el problema parecía ser aún más profundo: las labores científicas eran incompatibles con las labores políticas. El diputado militante del partido radical y opositor al gobierno de Santa María, Guillermo Puelma Tupper, acusó a José Ignacio Vergara de abandonar la institución científica para dedicarse a labores políticas de gobierno.


Vergara había hecho esfuerzos por compatibilizar su cargo como astrónomo y político: fue diputado por Talca entre 1867 y 1870; Intendente de Talca entre 1874 y 1881. Luego tuvo cargos de mayor envergadura y responsabilidad en el gobierno: ministro de Instrucción Pública en 1883; ministro subrogante de Guerra y Marina en 1884 y desde 1885 se desempeñaba como ministro del Interior. Durante los últimos diez años como director del Observatorio Astronómico Nacional su producción científica mermó claramente: entre 1877 y 1883 sólo había producido 2 trabajos, en comparación con los 8 que escribió entre 1866 y 1873.


¿Debió Vergara seguir siendo político para sostener el Observatorio y poder traer a científicos más especializados? La defensa del director había argumentado que, si bien no se dedicaba de forma personal a las observaciones astronómicas, para ejecutar estas tareas estaban contratados los otros astrónomos del observatorio: Wilhelm Wickmann y Adolf Marcuse. ¿Activó Vergara una estrategia de sobrevivencia para sostener una institución que cada vez recibía menos aportes del Estado? ¿Se habría interesado el parlamento chileno en un juicio político por el estado de unos instrumentos (que, por cierto, ni ellos mismos podían entender) si el director del Observatorio no hubiese estado a cargo de las elecciones?


A menudo imaginamos a los astrónomos con los ojos absortos solo en los cielos. Al parecer, deben desarrollar una perspectiva bifocal: de lo contrario lo terrenal termina por alejarlos de sus domos, telescopios y cálculos nocturnos. Bien lo sabemos por Ristenpart: a una mañana otoñal puede que no le siga más una noche estrellada.