Guerra fría en las montañas y los cielos de Chile
Bárbara Silva A.
Historiadora
U. Alberto Hurtado
En junio de 1968, la Embajada de Estados Unidos en Chile envió un extenso documento, de seis páginas al Departamento de Estado En Washington. Este tipo de comunicación era parte del contacto diario del servicio diplomático de Estados Unidos en Chile.
Sin embargo, este documento trataba un tema particular. El “asunto” en el titular del aerograma hablaba por sí solo: “Actividades de astronomía soviética en Chile”.
Solo unos años antes, Chile se había convertido en un lugar de convergencia internacional para la actividad astronómica. A comienzos de la década de 1960, AURA (Association of Universities for Research of Astronomy), una institución que agrupaba a varias universidades de Estados Unidos, había asumido el liderazgo del proyecto de construir un observatorio en el hemisferio austral. Tempranamente, la tarea se centró en encontrar un sitio con condiciones óptimas para la observación astronómica en Chile.
Por su parte, en una golpeada Europa de posguerra, astrónomos de varios países europeos comenzaron a evaluar la posibilidad de asociarse para construir un observatorio en el sur del mundo.
Europeos y norteamericanos no eran los únicos astrónomos extranjeros en Chile. En aquellos años, astrónomos de la Unión Soviética también se encontraban en el país, y buscaban llegar a algún acuerdo de cooperación con la Universidad de Chile
Ya hacia 1954, Alemania Occidental, Francia, Bélgica, Suecia, Holanda y Gran Bretaña firmaron un acuerdo de cooperación, que se considera el primer paso en la creación de ESO (European Southern Observatory), el observatorio europeo austral. Sus acciones se orientaron a evaluar sitios para la construcción de un observatorio en Sudáfrica, específicamente en la región semiárida de Karoo. Al comienzo, el comité de ESO señaló que los planes de los norteamericanos en Chile no tendrían ninguna incidencia en el proyecto europeo.
Pero, en 1962, ESO descartó el plan de Sudáfrica, y cambió de rumbo hacia Chile. Los resultados en las evaluaciones de observación eran asombrosos, a lo que se sumaba que la administración política con Sudáfrica podía ser problemática: Gran Bretaña se había retirado del acuerdo de ESO, y el país africano enfrentaba las tensiones de más de una década de la política del Apartheid.
Europeos y norteamericanos no eran los únicos astrónomos extranjeros en Chile. En aquellos años, astrónomos de la Unión Soviética también se encontraban en el país, y buscaban llegar a algún acuerdo de cooperación con la Universidad de Chile.
Soviéticos en Cerro Calán
En un comienzo, los soviéticos trabajarían en las instalaciones de Cerro Calán –el nuevo lugar del Observatorio Astronómico Nacional, que estaba en construcción-, y luego desarrollaron el plan de construir su propia estación, en Cerro El Roble. Por su parte, los norteamericanos seguían de cerca cada paso astronómico de los soviéticos. Incluso, en 1959, cuando el plan de Estados Unidos recién comenzaba a fraguarse, el departamento de Estado ya comentaba sobre la intención de Mitrofan Zverev, director del Observatorio de Pulkovo en la URSS y, lógicamente, militante del Partido Comunista, de generar observaciones astronómicas desde Sudamérica. Unos años más tarde, varios miembros del directorio de AURA expresaron su preocupación por las actividades soviéticas en Cerro Calán.
Las razones científicas eran evidentes: el potencial de investigación que ofrecían los cielos del sur era indiscutible desde hacía ya varias décadas. Aun cuando había estaciones de observaciones en distintos lugares del hemisferio sur, el anhelo era construir un observatorio nuevo, con la tecnología que esa vertiginosa década de 1960 podría ofrecer.
No es casual que desde finales de los años cincuenta el mundo observara con ansiedad y expectación la llamada carrera espacial. En 1957, científicos, políticos y la ciudadanía de distintas partes del planeta habían quedado perplejos con el lanzamiento soviético del Sputnik, el primer satélite artificial puesto en órbita. La Unión Soviética llevaba la delantera, y Estados Unidos no pudo sino reaccionar con la creación de la NASA.
Si bien la astronomía y la llamada “ciencia aeroespacial” no son equivalentes y tienen objetivos muy distintos, el espíritu de la época hacía pensar más allá de la atmósfera terrestre. Causa y a la vez consecuencia de esa carrera espacial, el universo parecía ser alcanzable con las manos.
El frenesí por la conquista del espacio se intensificó con el correr de la década de 1960, en tanto quien dominara el universo, de algún modo se acercaría a una suerte de “victoria” de esa compleja guerra fría. Y es que se trataba de un nuevo tipo de enfrentamiento en el mundo, una lucha ideológica entre comunismo y capitalismo, en que la idea de futuro era clave. De ahí la relevancia de la ciencia y tecnología.
La astronomía, si bien distaba mucho de vincularse con cohetes y naves espaciales, sí compartía ese espacio extra-atmosférico, la sensación de futuro de la ciencia, la conquista del progreso y, ciertamente, la capacidad de desplazar el horizonte de lo que era posible.
Observatorio El Roble
Ese ímpetu científico de fines de los años cincuenta se evidenció en el Año Geofísico Internacional (AGI), que ocurrió, precisamente, entre 1957 y 1958. Este evento contribuyó a estrechar los lazos y agilizar el dinamismo de la comunidad científica internacional. Chile también participó en el AGI y, de hecho, parece haber sido clave en la generación de las redes internacionales que permitieron que el director del OAN, Federico Rutllant, se vinculara con distintos grupos de científicos extranjeros.
A través de esas vinculaciones y de otros lazos personales y profesionales, a inicios de 1960, norteamericanos, europeos y soviéticos se encontraban en Chile, con el objetivo de instalar masivos observatorios astronómicos.
Entre 1962 y 1963, AURA y ESO intentaron un plan conjunto, pero las dificultades de la administración política de cada una de estas asociaciones, a lo que sumaba las eventuales negociaciones con Chile, hicieron que esta idea fuera inviable. En tanto los proyectos de construcción avanzaban, los acuerdos de cooperación de Chile y estos actores extranjeros también progresaban. Los europeos se embarcaron en negociaciones con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile.
A su vez, los norteamericanos trabajaban en sus acuerdo con el OAN, y luego sumaron también al servicio diplomático chileno. Por su parte, las negociaciones con los astrónomos de Pulkovo solo llegaron a las autoridades universitarias. Como fuere, un pequeño país, con escasa experiencia en astronomía, de algún modo pudo sortear las dificultades de establecer cooperaciones científicas con tres actores internacionales, al mismo tiempo, y no renunciar a ninguno de ellos.
Los reportes de Estados Unidos sobre la actividad de la astronomía de la URSS en Chile muestran las sospechas con que los norteamericanos observaban toda vinculación con la esfera soviética. En la lógica de la guerra fría, no podían simplemente oponerse a dichas relaciones. Pero había que observarlas de cerca. Ya en 1968 el reporte detallaba que las actividades soviéticas se limitaban a la astrometría (catálogo y posicionamiento de estrellas).
Hacia mediados de los sesenta, estos proyectos ya eran planes concretos. AURA comenzó la construcción de Cerro Tololo, y ESO hizo lo propio con La Silla, ambos en la zona montañosa de La Serena. Hacia el final de la década, ambos observatorios estaban operativos, después de ruidosas inauguraciones, con prácticamente todas las figuras de la política chilena de la época, incluyendo al presidente Eduardo Frei Montalva. En el entretanto, Carnegie Institution de Estados Unidos hacía sus planes para construir su propio observatorio, que se situó en Las Campanas, un poco más al norte de sus compatriotas y de los europeos. Y los soviéticos avanzaban en la construcción de El Roble, unos 90 kilómetros al norte de Santiago, donde instalarían un astrógrafo Maksutov.
Los reportes de Estados Unidos sobre la actividad de la astronomía de la URSS en Chile muestran las sospechas con que los norteamericanos observaban toda vinculación con la esfera soviética. En la lógica de la guerra fría, no podían simplemente oponerse a dichas relaciones. Pero había que observarlas de cerca. Ya en 1968 el reporte detallaba que las actividades soviéticas se limitaban a la astrometría (catálogo y posicionamiento de estrellas). Probablemente con alivio, en 1969 el embajador Edward M. Korry de EEUU rectificó una información previa: el observatorio construido en El Roble no estaba directamente en oposición a la estación de Estados Unidos.
En 1973, el golpe de Estado alteró la realidad de Chile, en todos sus aspectos. Para los astrónomos extranjeros, la actividad científica continuó. Sin embargo, con aquella supuesta estabilidad de Chile en entredicho, no se hicieron planes para nuevas construcciones, al menos hasta la década siguiente. En el caso de los astrónomos soviéticos, abandonaron el país inmediatamente después del golpe, y dejaron atrás todos sus instrumentos, equipos y planes.
La guerra fría marcó al mundo entero en la segunda mitad del siglo XX. Si bien fue un conflicto ideológico y político, esa impronta cruza todas las dimensiones de la vida humana, hacia prácticamente todos los confines del planeta. Las historias de tensiones, reportes, colaboración y disputa entre estos científicos internacionales muestran cómo esa guerra fría llegó incluso hasta las montañas de Chile, y desde allí, hasta las estrellas.