La distancia empresarial la sufrieron Alejandro Foxley y Patricio Aylwin en las Enade 88 y 89, y por lo mismo tender lazos con este mundo fue un énfasis desde antes de ganar el gobierno, por el trabajo del futuro ministro de Hacienda, su futuro par de Economía, Carlos Ominami, y el de Presidencia, Edgardo Boeninger. Gracias a ello, tenían terreno avanzado en futuros acuerdos, lo que requirió que los líderes empresariales como Manuel Feliú (CPC) y Fernando Agüero (Sofofa) dieran algunas batallas en el interior de sus gremios para calmar las posiciones más duras.
“No sé nada de economía, sí de lo importante que es y, por eso, cuando tuve que asumir una responsabilidad, formé un buen equipo y le otorgué plena confianza. La política económica la hicieron Foxley, Boeninger, Cortázar, Ominami, gente que sabía”, recordó Patricio Aylwin a los periodistas Margarita Serrano y Ascanio Cavallo en el libro "El Poder de la Paradoja".
Por Rafael Fuentealba
La Enade de 1989 no solo fue la primera que utilizó una frase en latín para simbolizar su objetivo, fue también la última en dictadura y la ocasión para que expusieran los tres candidatos que disputarían la Presidencia semanas después: Patricio Aylwin –favorito en las encuestas-, Hernán Büchi y Francisco Javier Errázuriz.
Nunca en mi vida he sido objeto de una recepción más gélida. Era claro que yo no contaba con a simpatía del sector empresarialPatricio AylwinMemorias "El reencuentro de los dmócratas"
Con el nombre de “Quo Vadis, Chile?” la cumbre se realizó el 14 de noviembre en el hotel Sheraton. “Nunca en mi vida he sido objeto de una recepción más gélida; cuando ingresé, algunos empresarios se retiraron ostensiblemente del salón donde se efectuó el encuentro, mientras otros conversaban y poquísimos me saludaron”, anotó años después Aylwin en su libro de memorias “El reencuentro de los demócratas”: “Era claro que yo no contaba con la simpatía del sector empresarial”.
La frialdad de la Enade con los líderes de la Concertación no era inédita. El año anterior, bajo el lema “La libre empresa y el futuro de Chile”, 55 días después del plebiscito del 5 de octubre de 1988 que dijo No a prolongar otros 8 años el gobierno del general Augusto Pinochet, expuso por primera vez Alejandro Foxley, coordinador de los economistas de oposición. Al subir al podio y mientras ordenaba sus notas, se paró un asistente y le gritó: “¿Sabe, señor Foxley? ¡No le creo nada!”. Nunca se supo quién fue.
El fin de la dictadura y la llegada de la Concertación al poder obligó a importantes reacomodos de los distintos actores sociales. Y uno en particular tenía alta importancia para la nueva administración: El mundo empresarial, clave para elevar el crecimiento del país. Cómo se fue tejiendo esa relación, inicialmente teñida de desconfianza y preocupación, es parte del siguiente relato, cruzado por dos negociaciones clave: Los pactos entre la cúpula empresarial, la CUT y el Gobierno por el tema laboral, y las negociaciones para la primera reforma tributaria en democracia.
“Yo a ustedes no les creo nada”
Según recordó Aylwin en su libro, en el ámbito empresarial había “una actitud de desconfianza, recelo y hasta hostilidad hacia el nuevo gobierno”, graficada en la Enade de 1989: “Dominaba en su seno el prejuicio de que en la coalición que asumía el gobierno se impondrían las posiciones demagógicas, con el consiguiente deterioro de la estabilidad económica y amenazas para la paz social”.
Una experiencia parecida a la de Foxley vivió el futuro ministro de Economía, Carlos Ominami, líder de la Agrupación de Economistas Socialistas (AES). Según relata hoy, junto con Carlos Cruz y Álvaro García acompañó a Ricardo Lagos a una reunión privada organizada por Sofofa. “Ernesto Ayala nos dijo: ‘Yo a ustedes no les creo nada’. Nosotros le dijimos: ‘¿Sabe qué?, nosotros tampoco a ustedes nada, ese es el problema que tenemos, pero los más perjudicados hemos sido nosotros, que llevamos años de dictadura y nos han pasado todas las cosas que nos han pasado; entonces, tratemos de tener un enfoque diferente”’.
Fernando Agüero, presidente de Sofofa entre 1987 y 1991, recuerda esa cita de cuatro horas en su casa. Aparte de él y Ayala, participaron Eugenio Ipinza, Sergio López y Raúl Salhi. A los industriales les importaba hablar con Lagos, pues no conocían a ese líder opositor: “Pudimos conversar y dialogar sobre lo que aspirábamos para Chile y el futuro, ni ellos ni nosotros planteamos nada controversial”, recuerda.
Pero cualquier cosa podía crear distancias. La misma designación de Ominami en el gabinete en enero de 1990, por ejemplo, sorprendió: “Un exmirista, ex GAP, de ministro de Economía, no lo supimos entender; nos desconcertamos”, reconoce Agüero hoy. Afirma que optaron por ver el ángulo favorable: Ominami estudió en Francia y, por tanto, “no podía ser un ignorante, ni venía del socialismo real”.
“Había preocupación, no necesariamente desconfianza, sobre si el sistema de economía social de mercado y abierto al exterior iba a ser capaz, por sus méritos, de mantenerse en el tiempo, un poco independiente de cual fuera el nuevo gobierno”, recuerda Fernando Agüero, ex presidente de Sofofa. La foto del archivo de El Mercurio: Aylwin con la cúpula empresarial de la época.
Treinta años después de los hechos, los empresarios consultados hablan de “preocupación”, más que “desconfianza” con el primer gobierno democrático. “Había preocupación, no necesariamente desconfianza, sobre si el sistema de economía social de mercado y abierto al exterior iba a ser capaz, por sus méritos, de mantenerse en el tiempo, un poco independiente de cual fuera el nuevo gobierno”, explica Agüero. Quien era presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) en la época, Manuel Feliú, también usa el mismo matiz: “El empresariado estaba bastante preocupado”, pues recuerda que los primeros documentos que conocieron de la Concertación “estaban prácticamente trayendo de nuevo a la palestra las ideas del gobierno de Allende”. Afirma que tras revisar esas propuestas, la Confederación decide propiciar acuerdos para evitar el riesgo de “volver atrás”, apostando por “lo que nosotros llamábamos pacto social”.
No obstante, el exministro Ominami asegura que con Foxley en la campaña “dijimos exactamente lo que íbamos a hacer. Que un problema fundamental era la deuda social: los 5 millones de pobres; que la democracia tenía que comenzar a pagarla y que la única manera de pagarla, siendo responsables y rigurosos, era con una reforma tributaria. Plantearlo en la campaña fue un elemento de confianza”.
Mínimos lazos empresariales de Aylwin
Aylwin no tenía mayores vínculos con el mundo empresarial. En el libro entrevista a Aylwin “El poder de la paradoja”, de los periodistas Ascanio Cavallo y Margarita Serrano, el mandatario dio nombres de quienes lo apoyaron en la campaña: Tenía a empresarios como los Noemi, José Luis del Río, Andrés Navarro “y paremos de contar”; no tuvo relación con Carlos Cardoen, aunque era probable que haya aportado a su campaña; y que era posible “que a través de los Zaldívar haya llegado algo de don Anacleto (Angelini), no sé”.
Ya en La Moneda, Aylwin decidió reunirse de forma privada con los principales grupos económicos acompañado de Boeninger y Foxley. Alcanzó a hablar con los Luksic y los Matte. Angelini no acudió porque, cuenta Aylwin, se había molestado por una afirmación suya que no le gustó y antes por la Ley de Pesca.
Los empresarios que apoyaron al No a través de la organización Empresarios por la Democracia, eran básicamente de propietarios pequeños y medianos, y profesionales independientes (Reinaldo Sapag, Orlando Sáenz, Carlos Hurtado, Eduardo Aninat, Efraín Friedmann y Germán Riesco). Otros dos amigos empresarios suyos eran José Luis Moure e Ítalo Zunino, pero no eran de las grandes ligas.
“Con Alejandro, siempre le decíamos al Presidente: ‘Mire, nuestro aporte es que la economía no sea un hoyo negro para usted, que no sea una restricción’. La verdad es que la economía no solo no fue una restricción, sino que terminó siendo un plus de la gestión de Aylwin, con un crecimiento alto, mucho más del pensado”Carlos OminamiMinistro de Economía 1990-1994)
A sus pocos vínculos empresariales, Aylwin reconoció otro factor en el libro “El poder de la paradoja”: “No sé nada de economía, sí de lo importante que es y, por eso, cuando tuve que asumir una responsabilidad, formé un buen equipo y le otorgué plena confianza. La política económica la hicieron Foxley, Boeninger, Cortázar, Ominami, gente que sabía”.
“Con Alejandro, siempre le decíamos al Presidente: ‘Mire, nuestro aporte es que la economía no sea un hoyo negro para usted, que no sea una restricción’. La verdad es que la economía no solo no fue una restricción, sino que terminó siendo un plus de la gestión de Aylwin, con un crecimiento alto, mucho más del pensado”, valora hoy Ominami.
Un logro que superó dos prejuicios que afectaban a los nuevos equipos: Repetir los errores económicos de la UP y las experiencias del vecindario (en Argentina, Raúl Alfonsín traspasó anticipadamente a Carlos Menem la presidencia en 1989 por la severa crisis económica). De hecho, en la gira por Europa de Aylwin, Foxley y Ominami, en septiembre de 1989, una parte del mensaje era transmitir que la Concertación se enfocaría en la responsabilidad fiscal para evitar la hiperinflación y el sobreendeudamiento.
Hubo otro elemento que facilitó la estrategia económica: la caída del Muro de Berlín, que deslegitimó ideas de planificación central o reestatizaciones.
“Los Manueles” en acción
Manuel Feliú hoy dice que no creía que Pinochet ganaría el plebiscito. Sabía incluso antes de esa elección que era necesario propiciar la concertación social en la inminente democracia. Por ello, el 27 de septiembre de 1988 –una semana antes del plebiscito-, visitó la recién constituida Central Unitaria de Trabajadores (CUT). La señal no era menor: el presidente de la CUT, Manuel Bustos, y el primer vicepresidente, Arturo Martínez, estaban relegados desde ese mes en Parral y Chañaral, respectivamente; condenados a 541 días por llamar a un paro nacional en 1987.
El presidente subrogante, Diego Olivares, recibió a Feliú: hablaron de negociación colectiva, sindicalización y derecho a huelga. El líder de la CPC fue el primer dirigente empresarial que pidió a Pinochet indultar a Bustos y Martínez. Pinochet lo hizo en octubre de 1989 cuando el diario La Época informó que el líder polaco Lech Walesa vendría a Santiago a interceder por ellos.
“Manuel Bustos me tenía un especial aprecio y yo también a él”, resume hoy Feliú, vínculo que incluso les valió el apodo de “los Manueles”, usado hasta por el propio Aylwin.
El empresario minero miraba con atención la experiencia de la transición española, con los Pactos de la Moncloa de 1977 entre el gobierno de Adolfo Suárez y la oposición, para consensuar reformas políticas y medidas económicas, avalados por las principales centrales sindicales y la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE). Incluso viajó a España, estableciendo una relación con la CEOE, entidad que puso a disposición de la CPC apoyo técnico y de personas.
“Fuimos abriendo camino para tener las confianzas que se necesitaban, para que los trabajadores también creyeran que Chile era posible sacarlo adelante, y que solo era posible con la unión frente a principios básicos de todos; que la democracia no fuera solo un proyecto de ideas, sino un proyecto de objetivos”, explica. Claro que reconoce que “trabajar con los trabajadores y lograr con ellos un pacto, no le caía bien a mucha gente en la Confederación”, y principalmente a su gremio más poderoso: Sofofa. “Pero al final los empresarios nos pusimos de acuerdo. Con gran empuje nos ayudó gente como los ‘tres mosqueteros’, Ernesto Ayala, Hernán Briones y Eugenio Heiremans, los líderes indiscutidos en la Sofofa, más los líderes que venían en camino”.
Hasta Aylwin los llamaba "Los Manueles", reflejo del entendimiento que existía entre el líder de la CUT (Bustos), a la derecha, y de la CPC (Feliú), a la izquierda.
El plan de Feliú coincidió con la modernización del sindicalismo que promovían desde Cieplan y otros centros de estudio, fundada en un fuerte rol de la CUT. Además, este mundo de la Concertación construyó lazos directos con ese mundo: Con Bustos confinado en Parral, un día la cúpula del think tank fue en bus a visitarlo: “Se generó una gran confianza y credibilidad”, indica Foxley.
En Cieplan tampoco desconocían la experiencia de los Pactos de la Moncloa: en 1986 invitaron a Adolfo Suárez a exponer sobre la transición hispana.
“Comenzamos a conversar antes de la elección”
Las piezas, así de a poco, y con las iniciativas de distintos actores, comenzaban a encajar: Estaban las mismas preocupaciones; se miraban las mismas experiencias extranjeras. El siguiente paso: el diálogo.
Foxley recuerda que en la campaña de 1989, se abrió la vía de comunicación con los empresarios: “Con ellos, sobre todo con Feliú, comenzamos a conversar antes de la elección en reuniones privadas. Hubo una confianza que se fue construyendo poco a poco”. Al día siguiente de que Aylwin ganara la elección, “pudimos llamar a Feliú y Bustos y decirles: ‘Ya, ahora empezamos a dialogar en serio y a construir acuerdo´. Ellos inmediatamente accedieron”.
Con los plazos corriendo para que asumiera Aylwin, en las conversaciones tuvieron roles importantes Feliú, Agüero, el presidente de la Cámara Chilena de la Construcción (CChC), José Antonio Guzmán, y el presidente dela Cámara Nacional de Comecio (CNC), el líder más joven de la CPC de fines de los 80, Daniel Platovsky. La idea era hablar de reformas laborales, “tema fundamental después de una dictadura donde los sindicatos estaban prohibidos, no había actividad sindical, huelgas ni nada por el estilo”, señala el ex líder de la CNC.
La CPC también quería un compromiso de la contraparte: “Le dije a Manuel Bustos que estábamos dispuestos a lo que correspondía para una justa y equilibrada relación entre empresa y trabajo, pero también queríamos que los trabajadores nos garantizaran nuestros derechos como empresarios. Nosotros reconocimos los derechos de los trabajadores como corresponde en cualquier economía abierta y además en democracia”, recuerda Platovsky. La CUT aceptó, tal como se expresó en el posterior Acuerdo Marco.
Fernando Agüero complementa hoy que en el grupo de trabajo semanal –donde él y Platovsky eran los operativos por la CPC- también participaron los investigadores de Cieplan José Pablo Arellano y René Cortázar, así como el vicepresidente de la CUT, Arturo Martínez. Según el expresidente de Sofofa, el 90 por ciento del acuerdo marco se negoció antes de que Aylwin asumiera el 11 de marzo de 1990.
Agüero admite, sin embargo, que en Sofofa no todos estaban de acuerdo: “La peleábamos fuerte dentro del consejo; tuve que defender mucho esa idea del acuerdo marco, que fue muy positivo: es un acuerdo paraguas que después dio origen a tantos otros”.
El otro flanco, el de los líderes sindicales, también requería atención por parte de quienes asumirían el gobierno. Foxley recuerda una conversación del 13 de marzo que sintetizó cómo serían esas relaciones: “El día después del acto en el Estadio Nacional por la asunción de Aylwin, Manuel Bustos me llamó o lo llamé yo -no me acuerdo- y me dijo algo que nunca se me olvidó: ‘Mira, Alejandro, quiero que entiendas que voy a cumplir mi rol de presidente de los trabajadores de Chile, y lo voy a hacer con dureza, pero al mismo tiempo te quiero decir que quiero ser uno de los dirigentes que ayuden a construir un Chile democrático. Puedes confiar en que voy a cumplir esas dos tareas y que vamos a poder trabajar bien juntos’. A lo largo de los cuatro años cumplió exactamente con las dos cosas”.
Las conversaciones a tres bandas cuajaron en el Acuerdo Marco, firmado en La Moneda el 27 de abril de 1990, entre la CPC, la CUT y los ministerios de Hacienda, Economía y Trabajo. En el texto, aparte del consenso en el régimen democrático, la economía de mercado y la equidad en las relaciones laborales entre empresa y trabajadores, el Ejecutivo comprometió un reajuste del salario mínimo, de las asignaciones familiares y de las pensiones mínimas, mientras la CPC aceptó recomendar a sus bases un aumento de los beneficios sociales a sus empleados.
En el documento también se estableció el envío de reformas laborales.
Según el exministro Ominami, durante los cuatro años de Aylwin funcionó “un cierto sistema de concertación social” que se diluyó después en la administración Frei: “El salario mínimo se pactaba con Feliú, Agüero, Bustos y Martínez. Fue un tiempo muy bueno para el mundo laboral. Con Aylwin había un tripartismo que a nosotros nos ayudaba mucho, porque frente al alegato de los empresarios, nosotros les decíamos están estos otros también, juntémonos con Manuel, con Arturo, y vamos viendo lo que hacemos”.
Democracia de los acuerdos en acción
Si la CUT y la CPC fueron los actores clave para encauzar las relaciones laborales entre 1990 y 1994, Renovación Nacional fue la contraparte para que el gobierno consiguiera la reforma tributaria que allegaría recursos para el programa social.
Foxley cerró la negociación tributaria con RN: Sebastián Piñera, Evelyn Matthei e Ignacio Pérez Walker fueron su contraparte.
Según escribió Andrés Allamand en su libro “La travesía del desierto”, el modelo económico debía ser convertido “en un auténtico proyecto nacional”, ya que “no podía seguir siendo ‘solo’ el modelo de la derecha. O de los empresarios en exclusiva. O del gobierno militar. Mucho menos de Pinochet y los Chicago Boys (…). Había que atraer al gobierno y la Concertación hacia adentro del modelo”.
Las conversaciones, varias de ellas en casa de Foxley, tuvieron como
protagonistas principales a Allamand y al senador Sebastián Piñera. Estaba también la diputada Evelyn Matthei e intervino el senador Sergio Romero.
El primer semestre de la transición la UDI y RN quedaron en veredas diferentes: Mientras los equipos de RN y la Concertación avanzaban en el acuerdo, el 20 de marzo la UDI notificó a Foxley de que no apoyaría la reforma, salvo en cerrar algunas brechas por renta presunta. Según su presidente, Julio Dittborn, la lucha contra la pobreza no dependía de los programas sociales, sino de la creación de empleos y del estímulo de la inversión.
En esa misma jornada, la CPC le planteó al ministro de Hacienda algo parecido. Según Feliú, era “injusto” que el 60% de los US$ 550 millones recaudados viniera del sector privado. El ministro respondió que la reforma era fundamental para la pacificación de los espíritus, consolidar la democracia y ofrecer estabilidad económica.
No obstante, el proceso con RN ya era imparable y el lunes 26 de marzo se logró el acuerdo. La reforma tuvo cuatro aspectos fundamentales: subió el IVA de 16% a 18%, el impuesto a las empresas de 10 por 15%, pero sobre la base de utilidades devengadas y no solo retiradas; modificó los tramos superiores del impuesto a la renta y acotó el sistema de renta presunta.
Al día siguiente de anunciarse el acuerdo político, la CPC habló con la UDI. Mientras el diputado y presidente de la Comisión de Hacienda, Pablo Longueira, dijo que su partido “lamenta” el entendimiento, Fernando Agüero señaló que a la reforma le faltaba consenso y que el empresariado no la apoyaría, pues los cambios “hipotecan el desarrollo futuro del país”. El mismo martes 27 de marzo, en la inauguración del Instituto Libertad y Desarrollo, hoy Libertad y Desarrollo (LyD), uno de sus fundadores, el exministro Hernán Büchi, pidió priorizar el crecimiento por sobre alza de impuestos, enfatizando que las medidas “serán perjudiciales para los chilenos, especialmente los más necesitados”.
Para nosotros, la reforma tributaria era también parte del proceso de ayudar a que la transición a la democracia fuera exitosaDaniel PlatovskyExpresidente de la Cámara Nacional de Comercio
Los empresarios, sin embargo, se habían casi resignado. El 30 de marzo, once días antes de que el proyecto ingresara a la Cámara de Diputados, presentaron su declaración definitiva: “La reforma afectará al crecimiento”, sostuvieron. Compartían el hacer un fuerte gasto social, pero creían que había vías que castigaban menos la inversión: manejo más austero de recursos fiscales, privatizaciones, mayor eficiencia y un manejo equilibrado de las variables macroeconómicas.
El 19 de abril, Feliú repetiría estos peros ante los diputados, aunque concluyó: “La aceptamos porque estamos conscientes y convencidos de la necesidad de enfrentar los problemas sociales en forma acelerada”.
Feliú hoy admite que no resultó fácil resolver lo tributario en la CPC. Su primera aprensión es que la plata en manos del Estado termina malgastándose: “Yo me puse duro en ese tema también con los empresarios”, recuerda, y aunque dice que “estaban jodiendo mucho los de la Sofofa”, al final logró el aval de uno de los tres mosqueteros de la industria, Hernán Briones.
“La negociación tributaria fue con RN, no con los empresarios, y RN después nos la planteó. Nosotros primero tuvimos una reacción bastante positiva, como que no captamos el problema del 15%; yo me formé con impuesto a las utilidades devengadas, no solo a las retiradas. Después con la UDI nos hicieron ver los problemas y ahí nos opusimos”, recuerda hoy Agüero.
Agüero postula que lo más difícil de digerir para las empresas fue restablecer el impuesto de primera categoría del 15% sobre utilidades devengadas: “Era la mitad del 30% que habíamos tenido históricamente sobre las utilidades devengadas; era igual a lo que habíamos tenido solamente dos años antes. En privado, teníamos claro que no era tan terrible. Nos tuvimos que oponer por principios: No gravar las utilidades no retiradas estimulaba la inversión, y gravarlas, como lo harían, si bien es cierto que no era en contra de la inversión, sí eliminaba una franquicia”.
Agüero reconoce que el alza de impuestos personales afectaba a las rentas muy altas y que, por tanto, no producía aprensiones, “pero de ninguna manera lo íbamos a decir públicamente”. También estaban de acuerdo en modificar en parte los mecanismos de renta presunta. “Yo diría que fue una negativa débil y centrada nada más que en el impuesto a las utilidades devengadas”, asegura.
Según Daniel Platovsky, el debate en la Confederación no resultó tan complejo como se recogió públicamente en aquel tiempo y que un rol importante lo tuvo Feliú, por su talante más liberal. “Para nosotros, la reforma tributaria era también parte del proceso de ayudar a que la transición a la democracia fuera exitosa”.
El gobierno presentó la reforma en el Congreso el 10 de abril y el 28 de junio ya estaba publicada en el Diario Oficial la Ley 18.985: Se había demorado menos de 90 días; era el momento estelar de la democracia de los acuerdos, el concepto cuya autoría reclamaron posteriormente tanto RN como la Concertación.
Ominami asegura que la de 1990 es una reforma tributaria que solo puede compararse en profundidad con la acordada en el segundo mandato de la Presidenta Bachelet en 2014: “Subimos el impuesto corporativo, aumentamos tramos en el global complementario y aumentamos el IVA, esas tres cosas iban juntas”. Agüero cree que “la reforma tributaria no fue mala, no frenó el crecimiento”. Y agrega que si fue la condición para fortalecer el modelo de economía social de mercado y abierta al exterior, fue un acuerdo aceptable.
A mediados de 1993 los equipos de RN y el gobierno volvieron a sentarse a negociar para revalidar y ajustar las modificaciones de 1990, pero a esas alturas las redes de Foxley con los empresarios eran más densas y había mayor confianza: el grueso de los puntos se abordó con los líderes de la Sofofa y de la CPC, a esas alturas Hernán Briones y José Antonio Guzmán. Allamand, por lo demás, se había peleado con Briones, a quien había acusado de ser uno de los rostros de los “poderes fácticos”.