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Santiago de Chile.   Lun 05-05-2025
1:45

Conversaciones

Marcelo Casals, historiador

"La izquierda está en un punto muerto”

El académico señala que tras el estallido la oposición está “sin organización ni herramientas políticas”.
Martín Romero

El historiador Marcelo Casals y la posición de la izquierda frente al escenario político local.

En los últimos años el historiador Marcelo Casals se ha transformado en una de las voces sub-40 (ayer cumplió 38 años) más citadas de la academia. Sus trabajos sobre la izquierda chilena —en especial «El alba de una revolución» (2010) y «La creación de la amenaza roja» (2016), ambas editadas por LOM— lo han hecho referencia obligada a la hora de revisar la historia política contemporánea del país.

Doctor en Historia de América Latina por la U. Wisconsin-Madison; hincha de la UC; crítico del trabajo de divulgación histórica de Jorge Baradit; vocal de mesa en el último plebiscito, Casals es un observador atento a las dificultades por las que atraviesa la izquierda por estos días, en especial la de encontrar liderazgos. El problema, para él, más que la falta de nombres, está en que la izquierda aún no ha sido “capaz de elaborar proyectos colectivos y con vocación de mayoría”.

La izquierda siempre tuvo liderazgos claros: Lagos, Bachelet, Alvear, Zaldívar. Hoy parece no haber mucho de donde sacar: Heraldo Muñoz, Insulza, Montes no generan mucho entusiasmo. ¿Por qué la izquierda carece de nombres para enfrentar lo que viene?
—Es cierto que la ex-Concertación se ha visto cada vez más incapaz de generar nuevos liderazgos de peso. Sin embargo, esto no debería sorprendernos: es reflejo del agotamiento de ese proyecto político, tanto por las dos derrotas electorales ante la derecha y, sobre todo, por la pérdida de legitimidad del modelo que encarnaban: transición pactada, acuerdos cupulares, desmovilización y neoliberalismo tenuemente regulado. El estallido fue también un levantamiento contra, digamos, la versión “autocomplaciente” del concertacionismo histórico.

—Hace unos días Cristóbal Bellolio decía que “ya es tiempo que las élites se tomen en serio” a Pamela Jiles. ¿Qué puede hacer la izquierda frente a fenómenos mediáticos como la diputada? Hasta diputados DC se han mostrado cercanos a ella
—Ante la escasez de proyectos algo más elaborados de cambio social en perspectiva igualitarista, lo que ha distinguido siempre a la izquierda aquí y en todas partes, no pocos van a tender hacia las luces del momento, aun cuando entren en contradicciones flagrantes. De todos modos, yo esperaría hasta el momento de las elecciones. Quizás el impacto mediático y el espejismo de las redes sociales no nos están dejando ver el grado de orfandad real de esos proyectos políticos personalistas y oportunistas.

—¿Es posible que exista un proyecto de izquierda liderado por un candidato que no provenga de la ex Nueva Mayoría?
—En el espacio político de la centro-izquierda e izquierda aún no identifico debates doctrinarios productivos. No hay una definición clara sobre algún horizonte compartido, más allá del frágil consenso antineoliberal post-estallido. Eso vale también para las fuerzas políticas que en teoría tendrían más que ganar en este escenario, como el Frente Amplio o el PC, quienes elaboraron diagnósticos críticos anteriores y coincidentes con las razones generales del estallido. Es decir, ante el impasse político generalizado en la izquierda, no veo allí algún proyecto sólido en ciernes, más allá de la emergencia de candidaturas.

—¿Cómo ves en todo esto el liderazgo de Daniel Jadue?
—La emergencia del liderazgo de Daniel Jadue tiene varias particularidades: Su ascendiente a nivel nacional se nutre desde su rol de alcalde, quizás las autoridades políticas menos golpeadas por el escepticismo generalizado. Desde ahí ha construido a lo largo de los últimos años un modelo municipal que busca dar cuenta de la incapacidad estructural del mercado de ofrecer bienes y servicios de calidad para sectores de bajos ingresos. Por supuesto, queda por ver si el atractivo de su modelo puede replicarse a nivel del Estado central, donde las lógicas son distintas. También el caso de Jadue es particular en relación a la propia historia del PC, poco dado a este tipo de liderazgos con ambiciones presidenciales. No está claro aún, entre otras cosas, qué tipo de tensiones genera alguien como Jadue a nivel de la dirección central del PC, tradicionalmente hermética, o bien cuáles son los objetivos concretos de ese partido con respecto a una candidatura presidencial que se daría en condiciones muy diferentes a las candidaturas “testimoniales” de los 90' como Eugenio Pizarro o Gladys Marín.

—¿Cuál es la responsabilidad de los partidos de izquierda, como el PS, en esta ausencia de figuras? A su presidente, Álvaro Elizalde, se le criticó que apoyara a Guillier en desmedro de Lagos en 2017.
—La jugada de Elizalde en ese momento fue una apuesta que, en retrospectiva, salió bastante mal. Prefirió escuchar ciertas encuestas antes que hacer un análisis más realista del peso político de los candidatos. Todo ello pavimentó el camino a la segunda victoria electoral de Piñera. Como sea, eso fue sólo un episodio más de las dificultades crónicas del concertacionismo histórico por construir nuevos liderazgos. No es por falta de dirigentes con ambición política, sino más bien por una crisis profunda con respecto al modelo y las formas de hacer política. En esas condiciones, toda construcción de liderazgos significativos se vuelve bastante difícil.

“La rebelión pilló a la izquierda sin herramientas políticas”

—¿Cómo ves a la izquierda hoy? Uno podría pensar que está en un momento, guardando las proporciones, parecido al de los años anteriores a la Concertación, de rebarajes institucionales y emergencia de nuevos actores.
—Efectivamente, creo que hoy la izquierda está, como dijera hace muchos atrás el dirigente socialista Raúl Ampuero, en un “punto muerto”. La más grande rebelión social ante el orden establecido pilló a la izquierda sin organización ni herramientas políticas necesarias para nutrir un proyecto político de largo alcance. Hay que asumir el hecho de que, más allá de los diagnósticos críticos, el estallido fue una sorpresa para todos. La izquierda durante la dictadura también atravesó un proceso equivalente, en condiciones mucho más brutales en relación a su propia sobrevivencia organizacional y física. En un momento la crítica a la experiencia revolucionaria de la UP, el influjo de nuevas corrientes ideológicas y la incapacidad por aunar fuerzas contra la dictadura produjeron diagnósticos y líneas estratégicas disímiles. Hoy el contexto es muy distinto, pero no cabría descartar la posibilidad de que esta crisis profunda no sea también un nuevo inicio para una izquierda que supere los personalismos y el fraccionamiento.

—En una entrevista a «The Clinic» hace poco dijiste que el problema más grande de la izquierda era “la falta de un proyecto político”. ¿Cuál debería ser ese proyecto?
—La izquierda chilena debería conectarse con lo mejor de sus tradiciones y aprendizajes históricos, sobre todo aquellos que dan cuenta de la articulación entre la democracia y su continua profundización como espacio de acción ideal para avanzar propuestas inspiradas en la igualdad y la justicia social; y, por otro lado, el socialismo, como horizonte utópico de una vida en común sin dominación. Eso implica varias cosas: un firme, ambicioso y coherente “reformismo radical” y facilitar la institucionalización del conflicto (eso es el proceso constituyente, por ejemplo), para lograr cambios significativos, entre otros. Eso no quiere decir que no existan riesgos y obstáculos, como la tendencia al faccionalismo y los conflictos internos, o la negación del pluralismo al interior de la misma izquierda.

—En una columna de hace algunos meses hablabas de la “disputa por la clase media”. ¿Qué proyecto puede ofrecer la izquierda a la clase media teniendo en cuenta que este término fue, de cierta medida, cooptado por la derecha en los últimos años?
—Piñera hizo un esfuerzo constante para hacerse de los significados de ese ideal a partir de perspectivas neoliberales como el emprendimiento y el individualismo, con leves toques de protección social. El estallido destruyó ese intento, sobre todo a partir de la articulación espontánea de las demandas en torno al concepto de “dignidad”. Me parece que allí hay una oportunidad para entender ese poderoso ideal social de clase media a partir ahora desde la acción colectiva, los derechos sociales garantizados por el Estado y una economía al servicio de las necesidades de las mayorías. Me parece que son demandas que, en general, están bien lejanas al ideal revolucionario que tanto teme la derecha, y se acercan más a un modelo socialdemócrata avanzado.

—Te lo pregunto porque en su momento, a través de varias columnas, criticaste al gobierno de Michelle Bachelet por haber renunciado a la construcción de una “ciudadanía”, o sea ese conjunto de derechos institucionales otorgados a la población.
—En ese momento me referí en términos críticos a la consigna de “realismo sin renuncia”, que interpreté como una renuncia efectiva a la reconstrucción de una ciudadanía política y social en la que los individuos fueran sujetos de derecho y de garantía estatal en áreas sensibles como previsión, educación y salud. No fue solamente el bloqueo de la derecha el que hizo fracasar el intento reformista de Bachelet. Fue también el propio viraje de esa administración hacia su ala derecha y la elección por el “realismo” que tuvo mucho de renuncia. El proceso constituyente, creo, es una respuesta directa y mucho más promisoria a ese último intento de la tradición concertacionista por cumplir con sus expectativas iniciales.

—En uno de tus últimos trabajos, hablas de la disputa al interior de la izquierda por el término “democracia” y cómo éste pasó de la “democracia revolucionaria” a la “democracia posible”. ¿Hoy hay alguna disputa parecida? Uno podría pensar que en el Frente Amplio muchos están seducidos por una especie de democracia muy cabildera.
—El estallido, me parece, reavivó esa discusión en el ámbito general de la izquierda. Es verdad que el Frente Amplio propugna ciertas versiones de democracia directa, o al menos orientadas hacia la deliberación de base. El grado de indefinición de ese tipo de propuestas, sumado a cierto espíritu antipartidario enquistado incluso al interior de los partidos, no ayuda a clarificar el debate. El proceso constituyente es también una discusión sobre la democracia que queremos. Si aún hablamos de convenciones, candidaturas y elecciones, es porque el principio representativo de la democracia está vivo. Cómo congeniar eso con una preocupación por la participación popular para evitar la captura de la política y su desconexión con la experiencia e intereses cotidianos de los ciudadanos es un debate que aún está pendiente.