
España aportaba al consorcio ESO US$300 millones para que el ELT (Telescopio Extremadamente Grande) se construyera en Canarias. Las gestiones diplomáticas de Chile -y una donación de 40 mil hectáreas para instalar el observatorio- permitieron que en 2010 se anunciara la construcción en nuestro país del proyecto en el cerro Armazones, que estaría listo en 2024 (Foto de Armazones de G.Hüdepohl/ESO).
Por Lorena Guzmán H.
Sin duda, Atacama tiene condiciones únicas para la investigación astronómica. Pero ellas no explican por sí solas que este lugar pueda consolidarse, efectivamente, como la capital astronómica del mundo. Junto con las características del lugar, muy importante es la dimensión política que puede potenciar, fomentar o, por el contrario, desincentivar inversiones millonarias como lo son los observatorios astronómicos.
Esta historia comenzó a comienzos de la década de 1960, cuando la Association of Universities for Research in Astronomy (AURA), de Estados Unidos, intentaba concretar sus planes de instalar un observatorio en el hemisferio austral. Federico Rutllant, el entonces director del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), fue una figura clave en avizorar la necesidad de mostrarle a los astrónomos del mundo que el norte del país era el mejor lugar en el hemisferio sur para instalar sus instrumentos.
Quienes recuerdan sus estrategias, cuentan que Rutllant incluso llegó a pedirle al rector de la Universidad de Chile de la época, Juan Gómez Millas, fondos para comprar un automóvil Impala para recibir en la loza del aeropuerto a los estadounidenses. El rector le negó el dinero, pero el ministro de Tierras y Colonización accedió. Después de años de evaluación, en 1962 AURA se decidió por Chile, y así nació el Observatorio Interamericano de Cerro Tololo (CTIO), lo que marcó el inicio de la llegada de los grandes observatorios astronómicos al suelo nacional. Poco después, ESO (European Southern Observatory) también se inclinó por llevar a cabo sus propios planes de un observatorio austral en la misma zona.
Los millones de dólares que implican la construcción e instalación de cada observatorio, y los años de posterior operación, hacen que el definir dónde se construirán sus cimientos no sea una decisión fácil. Por lo mismo, las negociaciones con el país anfitrión son un aspecto clave: allí se inaugura la dimensión política y diplomática de la ciencia. Los actores internacionales buscan la seguridad de sus inversiones, y quienes reciben estos proyectos también buscan que aquellos impacten positivamente en el país.
Tal como plantea un artículo científico de Guridi, Pertuzé y Pfotenhauer de 2020, los laboratorios naturales tienen ventajas geográficas para desarrollar ciencia y tecnología, pero también implican externalidades institucionales, de conocimiento, tecnológicas, económicas e industriales, y de capital social.
Las negociaciones iniciales del gobierno chileno con europeos sentaron las bases para los acuerdos posteriores con observatorios internacionales. Luego, tanto ESO como AURA pudieron negociar en el marco de exenciones tributarias, concesiones de tierras e incluso estatus diplomático. El objetivo era que las condiciones de observación se volvieran aún más atractivas a través de asegurar la viabilidad de los proyectos científicos que estaban en marcha, pero también su permanencia y proyección.
La regla del 10% de tiempo de observación
Auscultar el universo desde la Tierra tiene una gran desventaja: la atmósfera. Si bien ella es lo que permite que exista vida en el planeta, también hace que al apuntar los telescopios se pierda nitidez. En el norte de Chile, el viento avanza en capas paralelas, llamado flujo laminar, lo que hace que la vista de los instrumentos sea más nítida.
En pocos años más, se espera que Chile hospede más de la mitad de la capacidad de observación astronómica del mundo. Si bien esto se explica en gran parte por la calidad excepcional de los cielos del norte, ese no es el único factor..
En las experiencias previas en inversión astronómica, el tiempo de observación al que accedían los astrónomos, por lo general, se asignaba proporcionalmente a la inversión realizada por cada uno de los países o instituciones involucradas. Si bien las primeras negociaciones el tiempo de observación no fue un tema, en pocos años esta situación cambió.
En 1968, la Universidad de Chile –de la cual dependía el OAN- firmó un acuerdo de cooperación con AURA en el que estableció el 10% del tiempo de observación quedaría reservado para Chile, siempre y cuando se sustentara en proyectos de investigación sólidos. A partir de allí, y en las décadas siguientes, la “regla del 10%” comenzó a instalarse en los acuerdos con los observatorios internacionales.

Federico Rutllant, el entonces director del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), fue una figura clave en avizorar la necesidad de mostrarle a los astrónomos del mundo que el norte del país era el mejor lugar en el hemisferio sur para instalar sus instrumentos (Crédito: OAN).
Durante los sesenta, en apenas una década, el panorama había cambiado. En 1965 se había creado el Departamento de Astronomía en la Universidad de Chile –el único del país hasta ese momento-, y unos años después ya se habían inaugurado dos observatorios internacionales y se proyectaba la construcción de un tercero. Se habían firmado varios acuerdos de cooperación y, sin mayor experiencia previa, se inauguró una ruta inexplorada en diplomacia científica.
De naturaleza a laboratorio
Con excepción de los acuerdos con los observatorios, hasta hace algunos años era impensable que la Cancillería lidiara con temas de ciencia, pero de a poco se hizo evidente que tenía toda la razón para hacerlo.
“La ciencia se desarrolla en base a redes internacionales y para lograrlas es necesario ir a buscar afuera los equipos con quienes hacer esa conexión”, dice Gabriel Rodríguez, quien fue por más de diez años el director de Energía, Ciencia y Tecnología e Innovación del Ministerio de Relaciones Exteriores. Por ello se estableció una línea de acción a través de la cual Chile comenzó a mandar señales hacia el extranjero, mostrando que podía ser interesante en términos científicos. Y la astronomía era, naturalmente, la ciencia más fácil de promover.
Teniendo esto en mente, una vuelta de tuerca originó la nueva estrategia. “Mientras Brasil tiene su tamaño y Argentina su tradición en biotecnología, Chile debía encontrar lo que lo hacía especial”, dice Gabriel Rodríguez. Así se desarrolló la idea de los laboratorios naturales.
En un libro publicado en 2018 “Laboratorios naturales para Chile”, José Miguel Aguilera y Felipe Larraín señalan que “la palabra ‘laboratorio’ evoca un espacio o enclave dedicado a la experimentación científica y ‘natural’ sugiere algo creado por la naturaleza sin intervención humana” (p. 28). En el mismo texto destacan que este concepto comenzó a usarse, precisamente, en el campo de la astronomía.
Tal como plantea un artículo científico de Guridi, Pertuzé y Pfotenhauer de 2020, los laboratorios naturales tienen ventajas geográficas para desarrollar ciencia y tecnología, pero también implican externalidades institucionales, de conocimiento, tecnológicas, económicas e industriales, y de capital social.
Estos son espacios físicos únicos en el planeta, geográficamente únicos, lo que los vuelve científicamente muy interesantes. “Ellos son el atractivo que tiene Chile; una constelación de laboratorios. Y la astronomía equivale, entre ellos, a la joya de la corona”, dice el ex embajador Rodríguez.
Tal como plantea un artículo científico de Guridi, Pertuzé y Pfotenhauer de 2020, los laboratorios naturales tienen ventajas geográficas para desarrollar ciencia y tecnología, pero también implican externalidades institucionales, de conocimiento, tecnológicas, económicas e industriales, y de capital social.
La idea de laboratorios naturales supone esta serie de condiciones únicas que puede atraer la inversión científica internacional. Sin embargo, en la negociación política también es preciso considerar la diversidad de oportunidades y beneficios que puede implicar para el país. En este sentido, en el concepto de laboratorio natural se reconoce en esas condiciones geográficas dadas, pero apunta directamente a potenciar la dimensión política de la ciencia y, a través de ella, la apertura de nuevas posibilidades de desarrollo con participación directa del país.
Donación de 40 mil hectáreas
Los observatorios pueden ser un reflejo de la estrategia científica de los países, y no es fácil decidir su lugar de instalación. La apuesta es grande por parte de quienes hacen la inversión, pero también por parte de quienes la alojan. Estas iniciativas generan trabajo, atraen nuevos fondos, y posibilitan desarrollar tanto tecnología como capital humano, entre varios otros. Pero ese desarrollo no es necesariamente espontáneo ni evidente.
Es cierto que el hemisferio sur tiene una ventaja sobre el norte; desde esta latitud se puede observar mucho mejor la vía láctea, sobre todo su centro. Si bien es un gran punto a favor, no es el único que determina la decisión. Por eso hay que salir a buscar los proyectos y convencer a sus dueños.
Y exactamente lo que Chile hizo con el ELT (Telescopio Extremadamente Grande) de ESO, cuenta Gabriel Rodríguez. “Inicialmente, era altamente probable que el telescopio terminara construyéndose en las Islas Canarias, pero no nos quedamos sentados y salimos a buscarlo”, explica. Como Chile no podía ofrecer los 300 millones de euros que España ponía sobre la mesa para quedarse con el proyecto, el país hizo una contraoferta con la donación de un terreno de 40 mil hectáreas para instalar el observatorio. Eso, además de sus cielos insuperables. Finalmente, la oferta dio resultado y el ELT se está construyendo en el cerro Armazones, a 130 km al sudeste de Antofagasta.

Gabriel Rodríguez fue por más de 10 años el director de Energía, Ciencia y Tecnología e Innovación del Minrel, con papeles clave por ejemplo en traer el proyecto ELT a Chile: “La ciencia se desarrolla en base a redes internacionales y para lograrlas es necesario ir a buscar afuera los equipos con quienes hacer esa conexión”, dice.
Otro ejemplo de este trabajo es la participación activa de la Cancillería en las negociaciones del Cherenkov Telescope Array (CTA). Este será un observatorio de rayos gama que tendrá 100 telescopios repartidos entre Chile, cerca de Paranal, a 130 km al sur de Antofagasta, y La Palma, en las Islas Canarias.
Pero estos logros no aseguran necesariamente los futuros éxitos, por lo que el trabajo debe ser constante. Además, estos buenos resultados no siempre se han obtenido. En el 2009, y luego de cinco años de búsqueda y negociaciones, el International Observatory LLC (TIO) decidió que el Thirty Meter Telescope se construiría en Hawaii y no en Chile. Allí han enfrentado una serie de dificultades con las comunidades locales, para quienes los cielos tienen un valor ancestral y sagrado. Aun así, optaron por la isla del norte y no por Atacama.
Puerta de entrada
El ir a buscar proactivamente los grandes instrumentos astronómicos no sólo permite desarrollar la ciencia en el país, y todas las actividades asociadas a la construcción y operación de los observatorios, sino también se vuelve parte de la identidad de Chile.
Hoy las imágenes de los observatorios están en la publicidad que presenta al país en el extranjero, pero no es el único beneficio. “Además de ser parte de la imagen de Chile, la astronomía nos da tres grandes ventajas: prestigio científico, desarrollo tecnológico y atracción para el turismo”, detalla Gabriel Rodríguez.
La primera foto de un agujero negro tomada en 2019 por un equipo internacional, y en el cual hubo participación desde suelo chileno, o el desarrollo del big data por la actividad de los observatorios son parte de los beneficios científicos. Aquí destaca, por ejemplo, el Data Observatory (DO) que disponibiliza los datos de los centros astronómicos ubicados en Chile, entre ellos ALMA, ubicado en el llano de Chajnantor, a 50 km de San Pedro de Atacama.
Con hidrógeno verde o astronomía, el desarrollo científico del país no solo depende de las condiciones naturales o de las capacidades humanas; también necesita un compromiso político asertivo, así como la disponibilidad a invertir en ciencias
De hecho, el Data Observatory es un proyecto de ingeniería que surgió a partir de este potencial astronómico de Chile, relata Demián Arancibia, asesor del Ministerio de Ciencias, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Este tema era un desafío cuando lo estudiaron en 2017, pues suponía trabajar con magnitudes de capacidad de datos que aún no estaban instaladas. Al considerar los datos que arrojarían los grandes proyectos astronómicos en construcción, en Chile, pero también en otras partes del mundo, “era imposible que el modelo de la astronomía escalara a ese nivel. Ese modelo era básicamente que cada telescopio tiene su propio data center. Había que hacer algo”, recuerda Arancibia. Allí Chile tenía una oportunidad porque tenía una concentración muy alta de esta infraestructura astronómica: Nació la idea del Data Observatory, una infraestructura científica de grandes costos de operación.
La figura allí fue la articulación de esfuerzos privados y públicos. El Estado decidió ofrecer públicamente participación a inversionistas, lo que permitió que Amazon Web Services y la Universidad Adolfo Ibáñez se involucraran en el proyecto. Si bien el grueso de la inversión es privada, el Estado también participa a través de los ministerios de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, y de Economía. Según Arancibia, esa participación del Estado en la gobernanza institucional implicará en cierta incidencia en los futuros acuerdos y negociaciones con los observatorios internacionales en el tema de datos.
Por otra parte, y si bien este proyecto ha operado más lento de lo esperado, ofrece un potencial enorme para otros campos de ciencia y tecnología. De hecho, el ex embajador Rodríguez sostiene que “la astronomía es una puerta de entrada para las otras ciencias”; iniciativas como el DO no solo ayudan a mejorar el estudio del universo, sino también a generar capacidades que pueden ser utilizadas en muchos ámbitos, agrega. Arancibia coincide en ello, en tanto el DO enfrenta los desafíos de la astronomía en torno al manejo de datos, pero ese desarrollo de infraestructura, tecnología y talentos son los mismos que se necesitan en el comercio, en el retail, en políticas públicas, en finanzas, en salud, entre otros. De hecho, el DO ha sido clave en el manejo de datos durante la pandemia del COVID-19.
Pero, como todas las cosas, el impulso que le ha dado la diplomacia a la astronomía y a las ciencias en general aún es un trabajo en progreso. “Si Chile no protege sus laboratorios naturales vamos a perder ventajas comparativas”, advierte el ex embajador. El país aún no tiene una política asertiva de conservación de estos espacios.
Un claro ejemplo de ello es la contaminación lumínica que afecta cada vez más las operaciones de los observatorios (ver capítulo 3 de esta serie). La contaminación lumínica disminuye la efectividad de los telescopios, y esto se traduce en la elevación del costo monetario de observar desde Chile. Lo mismo pasa con la contaminación del océano, la destrucción de la flora y fauna, o la falta de resguardo del desierto, entre otros. La eventual pérdida de interés extranjero que puede tener esta falta de protección lleva aparejada también la disminución en las investigaciones y, por ende, en la formación de capital humano.
Barreras de entrada
Otro problema que tiene el país es su política respecto a los científicos que vienen a trabajar. Como no tienen una visa especial deben seguir los procedimientos generales de inmigración. “Esto desincentiva su llegada”, advierte Gabriel Rodríguez. Singapur, por ejemplo, abrió sus fronteras a los científicos y les da muchas facilidades, lo que contribuye a aumentar la masa crítica de investigadores, entre otros, agrega.
Otra posible barrera a la llegada de inversiones foráneas en ciencia son las facilidades y beneficios que se ofrecen. El embajador Rodríguez cuenta que cuando se le ofreció a ESO el terreno para construir el ELT hubo voces que se elevaron en contra. “Nosotros no podemos competir con fondos de esas dimensiones o con determinadas ventajas de otros países, pero sí podemos aprovechar lo que tenemos”, opina. Aun así, para que Chile cambiara de posición en torno a su rol en la investigación astronómica, sería necesario revisar cuál es el nivel de inversión que el país dedica al desarrollo científico.
“La astronomía es uno de los regalos del universo, un recurso natural que nos ha permitido pensar en los laboratorios naturales como un punto clave para el desarrollo de la ciencia en el país”, dice el embajador Rodríguez. Y esto sigue avanzando. En este campo, los proyectos son de gran envergadura, se trata de infraestructura mayor en los que “necesitas tener recursos económicos, capacidad tecnológica, y también tienes que tener capacidad política”, recalca Arancibia.
La astronomía ha tenido relevancia en esta dimensión política y diplomática de la ciencia. Y a partir de allí, esa experiencia ha incidido en otros campos. Un ejemplo de lo anterior es el plan para producir hidrógeno verde que el Gobierno hizo público en octubre de 2020. Se estima que este será el combustible que reemplazará a los hidrocarburos, ya que no genera gases de efecto invernadero. Pero, además, si se produce utilizando energías renovables es doblemente seguro para el medio ambiente, de ahí el nombre de “verde”. Junto con presentar el plan con el que Chile se convertiría en uno de los principales productores, el Gobierno también mostró el intenso trabajo diplomático que lo apoyará.
La diplomacia del hidrógeno verde busca “convertir a Chile en un centro mundial de investigación, desarrollo, producción y exportación de hidrógeno verde, a través de un proceso de colaboración y apertura a la inversión extranjera”, aseguró el canciller Andrés Allamand a mediados de octubre pasado.
De este modo, con hidrógeno verde o astronomía, el desarrollo científico del país no solo depende de las condiciones naturales o de las capacidades humanas; también necesita un compromiso político asertivo, así como la disponibilidad a invertir en ciencias.